Tudela

Santa Ana: breve historia de un gran mito

No hay rastro de Santa Ana en los evangelios canónicos. Su figura surge por primera vez en el Protoevangelio de Santiago, obra del siglo II d.C. que vino a rellenar la necesidad del culto popular de conocer los orígenes familiares de Cristo.

Retrato de Johannes Trithemius y portada de su obra en honor de Santa Ana (1494)
photo_camera Retrato de Johannes Trithemius y portada de su obra en honor de Santa Ana (1494)

Para el creyente que tiene un conocimiento superficial de su fe o para el simple profano que se acerca por primera vez a conocer una religión, es habitual tener la sensación de que la doctrina que enseña la Iglesia viene más o menos “de toda la vida”. Que los personajes que vemos en templos, catedrales o ermitas, las historias que se cuentan de ellos, los dogmas, etc., han estado siempre ahí y se han expresado en un esquema similar desde los principios del cristianismo.

Tal sensación se evapora rápidamente cuando profundizamos en la materia. Podría parecer curioso, pero resulta que las religiones, aunque sean contempladas por algunos como ideologías conservadoras, experimentan continuos procesos de innovación y reorganización de ideas y prácticas. Innovaciones que se desarrollan como respuesta a la presión del medio, alteraciones económicas y cambios sociopolíticos diversos. Visto desde la perspectiva de la antropología evolucionista y los enfoques bioculturales, las religiones, más que servir de vía de conocimiento del Más Allá o de los dioses, normalmente son mecanismos de adaptación del ser humano a los problemas de este mundo, un recurso biológico para gestionar tanto sociedades como psicologías individuales y aumentar así el éxito vital de una colectividad.

El culto a Santa Ana en general, madre de Santa María, es un buen ejemplo de ello. Parece haber estado ahí “desde siempre”, pero lo cierto es que, para empezar, no hay rastro de ella en los evangelios canónicos. Su figura surge por primera vez en el Protoevangelio de Santiago, obra del siglo II d.C. que vino a rellenar la necesidad del culto popular de conocer los orígenes familiares de Cristo. Con el tiempo se fueron acumulando las noticias y tradiciones acerca del personaje, a veces con contradicciones entre ellas. Por ejemplo, aunque algunas versiones afirmaban que se casó una sola vez, y en el esquema clásico se considera que ese marido se llamaba Joaquín, en otras corrientes se llegó a decir que se había casado tres veces, en cada una de las cuales había dado a luz sucesivamente a las tres Marías. Resulta evidente para el mitólogo que esta última versión tiene todas las características de ser la adaptación de un mito antiguo, en concreto, el mito de las Matres / Matronas o tres diosas madres paganas que aparecen en gran parte de Europa.

Una de las derivaciones de tanta reflexión profunda fue la de tomar a la figura de Santa Ana como un excelente modelo de virtudes que debía imitar toda mujer

El caso es que los primeros impulsos de devoción a Santa Ana fueron promovidos desde determinados santuarios en los primeros siglos del cristianismo, destacando algunos de Oriente Medio que decían conservar reliquias de la santa y que se esforzaban por aumentar el aflujo de peregrinos, con el objetivo de elevar sus ingresos económicos. Partiendo de estos comienzos, durante siglos el culto en Europa se mantuvo en niveles relativamente modestos, aunque conoció cierto éxito en el norte del continente, surgiendo la nueva tradición de considerarla patrona de marineros y protectora ante los peligros del mar, culto que todavía se le concede en lugares como Llanes (Asturias). Esta ramificación de la tradición puede proceder de su adopción por parte de cristianos de áreas célticas como una forma cristianizada de Danu o Anu, diosa indoeuropea de las aguas primordiales que aparece también en la India y cuya raíz parece estar presente en el nombre del Danubio. Este tipo de devoción fue especialmente destacado en la Bretaña francesa, donde se convirtió en su patrona nacional, contándose de ella historias más propias de una diosa pagana que de la abuela de Jesús, pues se la llegó a considerar como protectora de los guerreros. Mientras tanto, se fue desarrollando un modelo iconográfico que poco a poco se iría haciendo “clásico”, en el que se representaban a la vez a Ana, su hija María y a Jesús entronizados, generando una especie de trinidad feminizada alternativa a la masculinizada clásica de Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Pero el gran momento para la santa llegó a finales de la Edad Media, siglo XV en concreto, cuando se detecta un crecimiento muy notable en el interés de los teólogos por el concepto de la Inmaculada Concepción de María. Buscando ensalzar la condición sobrenatural de Cristo, una de cuyas bases simbólicas residía en el hecho de haber nacido de una madre Virgen antes, durante y después de su parto excepcional, se quiso asegurar la pureza de María y su condición ajena al pecado original conjeturando con la posibilidad de que su concepción también hubiera sido milagrosa, aunque Santa Ana en sí no se considerase propiamente virgen, sino una mujer más próxima a la biología natural. Estas cuestiones condujeron a complejísimas divagaciones y discusiones teológicas, pues no se sabía definir cuál había sido el momento exacto a partir del cual María había alcanzado su categoría de inmaculidad.

Una de las derivaciones de tanta reflexión profunda fue la de tomar a la figura de Santa Ana como un excelente modelo de virtudes que debía imitar toda mujer, ya que María, siempre condicionada por su naturaleza virginal, no era del todo útil como modelo de atención a las necesidades de su marido. Los carmelitas fueron una de las órdenes que más impulsaron esta expansión de su culto por toda Europa, aunque entre los propagandistas de las nuevas atribuciones de Santa Ana destaca el papel esencial de Johannes Trithemius, personaje de los más novelescos y atractivos del ocaso de la Edad Media. Abad del monasterio alemán de Sponheim, fue uno de los mayores expertos en magia de su tiempo, arte que combinaba con la astrología y numerología (a partir de los cuales elaboraba profecías), siendo además el creador de la “esteganografía” o arte de crear mensajes cifrados. Pero también desarrolló una obra puramente teológica, en la que destaca su pequeño tratado De laudibus sanctissimae matris Annae, donde defendió que la madre de María debía ser venerada por encima del resto de santos. Se puede considerar que esta obra supuso de hecho la creación del modelo moderno que ha perdurado hasta hoy de la santa, y el interés de este autor por la cuestión fue tan grande que, en colaboración con un cercano círculo de religiosos entre los que había carmelitas, cartujos y dominicos, impulsó la elaboración, traducción y publicación de vidas de Santa Ana, oficios litúrgicos y poemas en su honor, a fin de asegurarse el asentamiento y arraigo del culto en el pueblo llano, ligándolo íntimamente con el concepto de la Inmaculada Concepción.

El caso tudelano fue una ramificación local de este movimiento masivo a escala europea. Aunque tenemos alguna pista de que ya en el siglo XIII ocupaba un lugar especial en la devoción de los tudelanos, hubo que esperar hasta 1530 para que fuera nombrada patrona oficial de la ciudad, como agradecimiento, según se dice, a su milagrosa intervención para detener la terrible epidemia de peste que hacía estragos en toda la merindad. También parece haber ejercido una función importante como freno a las avenidas e inundaciones del Ebro. Todo ello nos coloca ante un modelo de culto todavía previo al esquema fomentado por Trithemius, en el que Santa Ana cumplía funciones de ayuda sobrenatural ante problemas excepcionales. Pero su nombramiento como patrona en una fecha como 1530, justo en el apogeo de su culto en toda Europa occidental, apunta a que su patronazgo debió de enmarcarse en el contexto de esa oleada que venía del norte, y que aquella “moda” religiosa pudo ser clave para que la santa ocupase en aquel momento histórico concreto un lugar excepcional en el ideario espiritual tudelano.

Así y todo, justo por aquellos años se detecta que la eclosión europea de devoción hacia su figura de décadas anteriores empieza a dar señales de agotamiento, decayendo un tanto el interés en beneficio de las advocaciones a la Inmaculada, cada vez más numerosas y exitosas en el suelo hispano. Este relativo “enfriamiento” no impidió que el día 1º de mayo de 1584 el papa Gregorio XIII proclamase solemnemente la fiesta de Santa Ana el día 26 de julio de cada año, adquiriendo la categoría que no había tenido hasta entonces de celebración “oficial”.

Hoy las fiestas de Santa Ana en Tudela tienen para la mayoría de los nativos y visitantes un carácter lúdico y de diversión, pero no debemos olvidar sus orígenes en una solemnidad religiosa de antiguas raíces, surgida de una compleja reflexión teológica cristiana y de algunas herencias paganas que se reutilizaron en la caracterización de este personaje sagrado.