Tudela

Comer, beber y amar

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Comer

Los mejores cocineros del mundo saben que existe una conexión especial entre comer y hacer el amor. Todo aquello que agrada al cuerpo predispone al goce y qué mejor que una buena mesa para incitar al placer. Los griegos y los romanos lo tenían claro y es una de las pocas verdades que ha permanecido inmutable durante toda la historia de la humanidad, no hay nada mejor que una buena mesa y estar enamorado para ver la vida de otro color. Y cuando decimos estar enamorado pensamos en todos los amores, sea cual sea el tiempo que duran. Y es que, ya lo dijo el maestro Sabina, otro gran hedonista, “el amor es eterno mientras dura”.

En nuestras fiestas, cuando estamos especialmente predispuestos a pasarlo bien sin tener en cuenta ningún tipo de cortapisa, muchas de nuestras actividades diarias se basan en el desarrollo sin limitaciones de los tres verbos. Por eso, en este número especial de fiestas hemos querido dedicarles un espacio importante.

Platos estrella

Algunos, la minoría, ve en la comida una obligación para subsistir mientras que otros, la gran mayoría, asocia el acto de comer al placer y al divertimento. Por eso, los programas de fiestas están llenos de actos que se desarrollan alrededor de una mesa, una parrilla o, simplemente, un bocata. Y es que, en fiestas, actividades que en principio no tienen nada que ver con la comida, se convierten en eventos gastronómicos. Y si no, ¿qué me decís de las corridas de toros?, ¿quién no se lleva aunque sea un bocadillo? O, ¿por qué creéis que se montaron las peñas?, pues para tener gente suficiente para llevar hasta la plaza el calderete, los callos, el ajoarriero, las veinte barras de pan, los pasteles, las pastas, los pozales de kalimocho y los litros de pacharán. Es posible que, parafraseando a Vaya Semanita, los navarros no liguemos, pero a comer no nos gana nadie. A saber. Empezamos a las 7 de la mañana con el caldico, que alguno mezcla con el último cubata de la noche. Después del encierro toca desayunar, chocolate con churros los más castas, y café y bollo los demás. Sobre las once y las doce, si aún seguimos en pie, el almuerzo: Huevos, chistorra, jamón o lomo, patatas fritas, tomate.... Los que han dormido unas horas se juntan con los que vienen de empalmada en el aperitivo, que suele consistir en cerveza o vermú y pincho o frito, eso sí, no hay una degustación gastronómica a cargo de los comerciantes, el ayuntamiento, la asociación de padres y madres o quien sea que en un momento dado se anima a sacar a la calle chorizo, queso y unos pinchos de tortilla de patatas. Luego viene la comida familiar con tus padres, la novia de tu hermano y la prima que ha venido del pueblo. Aquí es donde dices “no me voy a pasar, que me estoy cuidando”, para ocultar que tu estómago no admite ni una caloría más y que la modorra y el sueño se están apoderando de tu organismo. Ante la mesa llena de entrantes, cordero, relleno y, cómo no, otra vez ajoarriero, te dedicas únicamente a la ensalada y la sopa y, tras oír el eterno discurso de “quien vale para la noche, vale para el día y mañana te quiero ver en la procesión”, te escabulles directamente a la cama para levantarte a punto para la corrida con su consiguiente merienda, en la que ya has olvidado todos tus propósitos de redención. Por la noche (bueno dos horas después de los toros), las familias con los niños se van a disfrutar de los fuegos artificiales tumbados o sentados en algún hierbín y con el consiguiente bocata. Las cuadrillas se disponen en los cuartos a dar buena cuenta de una cena en la que habrá, seguro, otra vez ajoarriero y pollo en salsa, cordero al txilindrón y/o txuletones de ternera, seguidos del correspondiente postre. Aquí es donde quién más quién menos ya empieza a flojear para desgracia de los eventuales cocineros, que ven cómo vuelan de mesa a mesa trozos de pan, pasteles e incluso alguna que otra albóndiga (¿es que todavía no sabéis que hay alimentos especialmente propicios para el lanzamiento?). Y tras una buena noche de marcha, en el momento en que más vacío tienes el estómago, llega la comida estrella de las fiestas patronales: La recena. Y aquí vale todo, las sobras de la cena, las chuches de la máquina, las alcachofas de bote e, incluso, las albóndigas recogidas del suelo del cuarto. Ya lo dijo el sabio: “contra el hambre...”.En definitiva, que en una sola jornada hemos ingerido un total de 8.200 calorías, más o menos, o sea, la comida completa de un adulto activo para cuatro días. Y eso multiplicado por siete u ocho días.....

Naranjada, coca-cola y limonada

A estas alturas, todos sabemos que hay platos estrella en todas las fiestas patronales y uno de ellos es, como ya vamos avanzando, el ajoarriero. ¿Qué por qué esta afición sin par con el bacalao? Por dos motivos principales, creo yo. En primer lugar, porque invita a beber sin medida, sobre todo si no se ha desalado bien. Y en segundo lugar, porque es la típica comida que mejora con los días y puedes preparar una buena cazuela y disfrutar de ella hasta, por lo menos, el meridiano de las jornadas festivas. También están muy arriba en el ranking el cordero al chilindrón y el atún, por similares motivos, el pollo a la cazuela, el relleno y, cómo no, el calderete, alimento al que incluso se dedican concursos y certámenes de fama internacional. Los embutidos y los lácteos son otro de los productos que no faltan en ningún frigorífico; chorizo, txistorra, jamón y queso salvan de cualquier apuro si viene una visita inesperada o sobreviene un intenso ataque de hambre.

Con todo esto, que a nadie le extrañe que tras las fiestas patronales, más de un cincuenta por ciento de la población se ponga a régimen de lechuga y pechuga. Buen provecho.

Beber

Beber es otra de las actividades a las que dedicamos más tiempo durante las fiestas. Conocidos estudios científicos demuestran que nos pasamos bebiendo más del sesenta por ciento del tiempo que pasamos despiertos. Respecto a lo que bebemos, aquí si que hay diferencias. Capítulo a parte merecen los que solamente ingieren líquidos no alcohólicos. A saber, agua, zumos, coca cola o refrescos. Son una minoría muy minoritaria (y más aún aquellos que no consumen ningún otro tipo de sustancias estimulantes), aunque hay que reconocer que, gracias a Dios, cada vez son más (y más vale porque ya estaban a punto de declararlos en peligro de extinción). Sin embargo, casi todos bebemos alcohol en mayor o menor medida. Ya sabemos que no es necesario para divertirse, pero se trata de una costumbre muy arraigada en nuestra sociedad, y más aún en una tierra de buenas viñas y sabrosos caldos. El vino es el protagonista indiscutible de las fiestas patronales, acompaña todos los eventos gastronómicos y es ingrediente sine qua non del kalimocho, una de las más importantes aportaciones de nuestra tierra a la historia festiva de la humanidad. Quiero aprovechar aquí para desmentir una de las más comunes mentiras: Que el vino del kalimocho tiene que ser el de peor calidad. Vaya chorrada. Está claro que cuanto mejor sea el vino, mejor es el kalimocho ¿o es que alguien se plantea sustituir la coca o la pepsi por casera cola?. El champán o cava. Solamente en navidades se consume más cantidad de esta burbujeante bebida. La diferencia estriba en la teoría de la proporcionalidad inversa. Es decir, si en navidades cuanto mejor y más caro es el champán mejor, en fiestas, cuanto peor y más barato, más se consume. Y es que durante las fiestas patronales, su cometido es simplemente arrojadizo y, algo que no haríamos nunca con el cava de nochebuena, agitarlo antes de abrirlo, es común en los chupinazos y en las cenas de cuadrilla. Porque, para que nos vamos a engañar, lo único que le pedimos a un champán en fiestas es que tenga burbuja y que el corcho salga, cuanto más fuerte, mejor. Otra bebida estrella de estos días es sin duda la cerveza, fiel compañera cuando el calor aprieta y cargada, además, de importantes cualidades nutritivas y vitamínicas que, ¡qué más queremos!, la hacen buena para la salud (en su justa medida, claro). Con ella sucede como con el kalimotxo, que como es el brebaje más demandado, su precio sube en fiestas como la espuma que caracteriza un buen vaso de este líquido elemento.

Luego están los cubatas, de los que solamente nos tomamos uno después de la cena porque no están nueNaranjadastros bolsillos para derroches etílicos. En estos combinados el precio también sube en la misma medida que el número de hielos que te ponen en el vaso. Más vale que las fiestas son cuatro días y que comprendes que el gasto que tienen los bares también es superior a otras fechas. Por último, pacharán, moscatel y, últimamente orujo y whisky peché, son los licores que nos ayudan a bajar las copiosas comidas festivas. En definitiva, y con este panorama, otras 3.000 calorías que hay que subir a la ingesta diaria de comida. Los cuartos merecen capítulo aparte. Son esos lugares que, conforme más mayor te vas haciendo, más minimalistas los pones. Si cuando tenías quince años colocabas cortinas, sillones, colchones, mesas, sillas, cámaras, frigorífico, la tele, la play, etc., cuando tienes treinta, unos tablones apoyados en unos bloques de hormigón contra la pared son la máxima expresión del confort. Con la bebida sucede lo mismo. Por todos es sabido que los de quince tienen solamente naranjada, cocacola, limonada y un poco de vino para los padres. Los de veinte muestran orgullosos todo tipo de licores: Cointreau, licor 43, martini, ron y vodka de importación, ginebra... En los cuartos de los de treinta, sin embargo, reina el mismo minimalismo que en la decoración: kalimocho, cerveza, zurracapote en algunos casos y, como mucho, orujo y pacharán para después de cenar. En fin, que más vale que son cuatro días. Las fiestas de los pueblos son sinónimo de alegría, juerga y exaltación de la amistad. También son fechas en las que solemos estar mucho más amable porque todo nos parece realmente maravilloso y pensamos en más de una ocasión que, tan sólo por esos momenticos tan agradables, merece la pena pasar un periodo lectivo más aburrido y monótono. Y así estamos en fiestas. Con un espíritu abierto, dialogante y guasón, con un aspecto físico mucho más relajado, saludable y, si hay suerte y nos ha dado tiempo, con un moreno playero o piscinero y algún kilo de menos (por eso de que en verano apetecen, sobre todo, ensaladas y alimentos más ligeros). Bueno, que en fiestas estamos (o nos encontramos) más atractivos y más majetes y a los demás también los vemos así. Si todo esto lo juntamos con alguna cerveza de más, el resultado es...¡unas ganas de ligar tremendas! Encontrar con quién es tremendamente difícil, pero si tenemos recorrido este complicado trozo del camino, ahora viene la segunda parte: ¿dónde ligar? Aunque hay zonas más específicas y típicas de cada localidad, hay espacios generales para todos nuestros pueblos. Si se es oriundo, hay mucho ganado porque ya sabes dónde encontrar esos lugares idóneos para amar en fiestas. Si, por el contrario, has ido de visita a pasar una noche desenfadada, tendrás que preguntar antes de intentar camelar a algún mozo o moza, porque si te decides a conquistar (y con lo complicado que está) hay que tener todos los pasos controlados. Si esto no es así, el fracaso puede ser monumental y nos sentiremos menos atractivos, majetes y alegres...Y no es plan.

Lógicamente, no es lo mismo ligar de adolescentes que de adultos/as (aunque las distancias se están acortando cada vez más). Por lo tanto, son diferentes las necesidades requeridas en el lugar destinado al arte amatorio (en su acepción más amplia y variada).