La noche estaba dormida,
los luceros encendidos,
entre aromas de laureles
y arriates de clavel fino.
Ella marchaba descalza
opaca y yerta de frío,
sigilosa y embriagada
de mi sudor y mi brío.
Azogue de fantasías,
de corazón encendido,
volaba entre los almendros
y sobre las piedras del río.
Los goznes se desangraron
en ronquidos y suspiros,
en la noche conjurada
de amores y desatinos.
Entró y escondió la ropa
en el arcón del pasillo;
luego se acostó en la cama,
sábanas de fino hilo.
Y volvió a soñar despierta
con mis besos y mi brío,
con los ojos verde claros
clavados en mis sentidos.
Un trote en el horizonte,
cascabeles encendidos,
rutinario y confiado
regresa entre los olivos.
Suspira sueños sediento
de ternura y de cobijo;
caricias de terciopelo
en tálamo compartido.
De mi poemario ‘Ensueños y desasosiegos’