Plumas al cierzo

Por si no puedo volver

José Isidro López Fumero nos escribe este relato.
José Isidro López Fumero
photo_camera José Isidro López Fumero

No puedo disimular la ilusión que me provoca sentir en mi corazón el regreso de las fiestas a las calles tudelanas. Los recuerdos se me vienen de una forma continuada y no puedo dominarme de lo mucho que emociona retomar lo que dejamos estos años angustiosos de pandemia desatada.

Así que para empezar a engrandecer el honor de sentirme tudelano, recordaré estos fragmentos de jolgorio y desenfreno como si fuera anteayer el tiempo que disfruté de aquel tiempo que viví alejado de los virus.

Recuerdo nuestros aplausos. Llevo aquí, dentro de mí, esa última novena, la imagen de los gigantes descrita a la perfección bailando en el interior de la hermosa catedral que se yergue con orgullo en el centro del santuario que protege la ciudad.

Recuerdo con alegría aquel antes, el después, de la explosión del cohete; de aquella cuadrilla joven llamada las pocas perras que tanto hicieron por mí cuando era forastero. De aquella ropa impecable que llevaba con orgullo en honor a Santa Ana, patrona de la Ribera.

De aquella ropa tan blanca que en menos que canta un gallo se tornaba de un color amarillo y pegajoso, azulete del añil que no se quitaba nunca por mucho que restregara.

Revivo aquellos encierros, sobre todo el día aquel cuando el asta me rozó mientras iba despistado después de pasar la noche envuelto en mi borrachera siguiendo con desenfreno los ritmos del paso doble “Paquito el chocolatero.”

Recuerdo aquella barrica con vino tinto ribero repleta de calcetines. Recuerdo la revoltosa, las alpargatas perdidas, las numerosas caídas.

Recuerdo los desayunos, el chocolate con churros, los almuerzos en familia con tomates de los feos, las costillas y los huevos bien frititos con puntilla, los encierros mañaneros, las bajadas de la plaza, el agua que nos lanzaban, las verbenas compartidas, la Rúa, el kiosco, la “Chacha,” la antigua fuente del pez, la llave que me prestaron, el cuarto donde dormía cuando no podía más de la tranca que llevaba.

Honor y mención merece el trato a los visitantes que venían de los pueblos; el recuerdo a las ausencias, los sentidos homenajes, el amor a las abuelas, el respeto al hortelano, las grandes concentraciones de gigantes estelares, el keiles lleno de jotas que llegaban hasta el cielo.

Recuerdo el pobre de mí, los primeros estertores, las últimas agonías, la vieja calle vacía, las horas que compartía, el embrujo, la pasión y el cariño que me dieron.

La emoción que estoy viviendo al recordar estas fiestas que ya siento tan cercanas no tiene comparativa. Solo queda por decir, muchas gracias a la vida por si no puedo volver a sentir esa alegría de vivirlas otra vez.