Plumas al cierzo

La montaña rusa

Domingo Alberto Martínez Martín nos escribe este breve relato.
Domingo Alberto Martínez Martín
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El vagón trepaba despacio, arrastrado por la cadena. Quique se palmeaba las piernas, impaciente por llegar arriba; su padre le anudó el pañuelico y le aconsejó que disfrutase del panorama: «Mira, ¿lo ves…, ahí? Las Bardenas». En cuanto la cadena los soltase, se precipitarían cuesta abajo a más de 100 km/h, y eso fue precisamente lo que ocurrió. Subieron otro tramo sin perder velocidad, giraron a derecha e izquierda y, tras el sacacorchos, se ponían boca abajo. Un par de minutos más tarde, cuando empezaban a detenerse para entrar en la estación, don Enrique tragó saliva. Notaba su viejo corazón en la garganta, brincando como una trucha al extremo de un sedal. Se liberaron de las barras de seguridad y salió de la atracción tras los pasos de su nieta, que, al verlo un poco pálido, le preguntó si le había gustado.

Lo pensó un momento.

—Sobre todo al principio, cuando parece que no se vaya a acabar —respondió—. Luego, pasa todo tan rápido…