Plumas al cierzo

Jugar a inventar palabras

Alberto Ibarrola Oyón ​nos escribe este relato.
Alberto Ibarrola Oyón
photo_camera Alberto Ibarrola Oyón

En una comunidad de homínidos prehistóricos, se estaba formando una lengua nueva. Aquella actividad de inventar sonidos con significado, que usaban para referirse a otras entidades y a sí mismos, les resultaba muy divertida, sobre todo a las mujeres y a los niños. En tanto que el gélido aire del invierno glaciar azotaba las copas de los árboles, produciendo un estrépito de silbos que retumbaban en las inmediaciones y más allá, dentro de la cueva, ya de noche, en torno al fuego que habían conseguido encender y alimentar con hojarasca seca y ramas recogidas durante el día concluido, un corro de mujeres, algunos hombres y todos los niños y niñas, jugaban a crear un nuevo sonido articulado para cada figura representada con gestos de las manos. Adán llevaba la voz cantante, pues era quien había recibido la inspiración de nominar cada cosa con un juego de sonidos, con un vocablo, para poder comunicarse mejor con todo el grupo. Notaba que, como por arte de magia, el comportamiento de todos aquellos que entraban en su juego de significantes y significados, dejaba de ser tan animal, se racionalizaba y conseguían aprender y mejorar sus condiciones de vida y someter a los demás seres vivos para ponerlos a su servicio, lo mismo que la tierra de donde aprendían ya a cultivar y mejorar los frutos que siempre habían comido de forma asilvestrada. Y su mujer Eva le acompañaba y enseñaba a los niños aquellas palabras, asociándolas a un significado con el que toda la tribu, grupo o familia estaban conformes. 

Sin embargo, uno de los hombres, el jefe de los cazadores y de los guardianes armados de la cueva, fiero y aguerrido, quien sentía una vehemente pasión por Eva, celoso de la suerte de Adán, se negaba a participar y refunfuñaba ante las risas de los más pequeños, quienes crearon una cacofonía para referirse a él, algo que no le sentó nada bien y que le hizo sentir una hostilidad enorme por la pareja compuesta por Adán y Eva. Precisamente ese odio fue el que le impulsó a aprender algunas palabras, pues había decidido vengarse y zaherir a la pareja con tretas y artimañas dignas de una serpiente.