Para los Auroros, heraldos en la alborada
de nuestras Fiestas más entrañables durante
todo el año, con admiración.
Va asomando el alba tímida en la noche
de estrellas y luna con airón de enebro;
paso a paso, el día se abrirá en derroche
de luces y músicas inundando el Ebro.
Habrá un mediodía de luz esplendente
dorando las calles para que la Abuela
en medio de un pueblo gozoso y ferviente
bendiga en amores la Fe de Tudela.
Pero antes, al borde de la amanecida
que cierra la noche del Señor Santiago;
tras la dura fiesta, como adormecida,
la Ciudad respira quietudes de lago.
Por las viejas calles del viejo Tudela
con fervor silente un grupo camina.
A veces, se enciende la luz de una vela
que apenas la escrita música ilumina.
Y como si un ángel en el firmamento
deshiciera en láminas de plata las nubes
y a mecerlas fueran en alas del viento
en suave vaivenes, cientos de querubes,
la voz atiplada de una campanilla
rompe el gran silencio de la Plaza Vieja.
Y el alma se asoma a la maravilla
de sentir su encanto al pie de la Reja.
Llegan los auroros... Y es tan fervorosa
la canción de amores que su Fe desgrana
que abre la sonrisa más esplendorosa
que la luz del cielo trazó en la mañana,
y que ya prendida igual que una rosa
irá todo el día luciendo Santa Ana...