Nabarrerías

Mesache era un mozo solterón y descreído, cazador furtivo con reclamos de perdiz y gran amigo del fruto de las viñas. “Por un vaso de vino voy en vez de otro al Infierno”, solía decir. Y cantaba: Ojalá me condenara, pa poder ir al infierno, p’a tosta’me en el verano, y calenta’me en el invierno.

Corrían los años veinte, tiempos de general religiosidad. Las anécdotas sin embargo nos pintan a Mesache como un escéptico Santo Tomás, que mientras no palpaba no creía. Pasaban las procesiones y si alguien comentaba lo guapa que había visto a la Virgen de Ujué, o cómo estaba el semblante de San Sebastián, o la cara que tenía la Dolorosa, Mesache zanjaba el tema con un “¡Pues cómo va a tener la cara... como se la pintan!

Hombre geniudo y retador, dicen que un día, mientras caía una pedregada que le destrozaba el huerto, él arrojaba piedras al cielo gritando: “¡A más me ganarás, pero a más grandes no!”

La perla de su historial ocurrió cuando un día que salía la gente de mesa se soltó el badajo de una campana, y cayó al atrio, entre toda la gente, sin matar ni dañar a nadie. “¡Milagro, ha sido un milagro!” decía la gente, quizás con bastante razón. “¿Milagro? -respondía Mesache- Milagro sería si se hubiera quedado en el aire”.