Amores de plástico

En la tienda de ropa joven dos maniquís, que se miraban fijamente, acabaron prometiéndose amor eterno. Él, que estaba de rebajas, vestía un chaquetón de piel vuelta y pantalones negros de pitillo y ella, para la que hacía apenas unos días había llegado la primavera, llevaba un precioso vestido verde pistacho que, lo decía todo el mundo, iba a ser el color de moda aquella temporada. Llegó el calor al escaparate y los novios, como no podía ser de otra manera, hicieron planes de futuro: tendrían dos hijos de plástico y comprarían un televisor de plasma. Estaban tan cerca que todo parecía posible. Como ya eran novios, y se tenían confianza, a él lo vistieron con unas bermudas de flores y de su hombro colgaron una toalla naranja que le servía de complemento. Para ella, aunque era muy pudorosa, eligieron un bikini rojo que se anudaba por la espalda. Pero el chico de musculosos bíceps, todo hay que decirlo, llevaba muy mal que los varones, cogidos del brazo de sus señoras, miraran con deseo a su novia de plástico. Por eso todos lo que conocían a la pareja pensaron que tuvo que ser él quien acabó rompiéndole el brazo a la chica del bikini rojo. Para que dejaran de mirarla. Y a nadie se le ocurrió llamar a la policía porque, todo el mundo lo sabía, la muñeca de plástico era un tanto descarada.

Juan José Huerta Chueca