Marca las doce el reloj.
De blanco y rojo, la plaza
pinta su geometría.
Testigos son de esta estampa
de imposibles apreturas
escudos y tauromaquias
que en las fachadas asoman
su corazón de cerámica.
Las cigüeñas que frecuentan
los tejados y espadañas
se marchan hacia los sotos
del Ebro en densas bandadas,
sorprendidas del gentío
y ahítas de taquicardias.
Un cohete rasga el cielo.
Y, la Alegría más sana
da rienda suelta en la calle,
detrás del ¡Viva Santa Ana!
Queda el solar hecho un cisco
de cristal harina y cava.
Y, en menos de media hora,
unos manguerazos de agua
de nuevo hacen transitable
el cuarto estar de la Plaza.
Y mientras fluye el gentío
por la Tudela empedrada,
regresan ya las cigüeñas
con el corazón en calma.