Para comenzar a ejercitarse en desaprender lo negativo que nos inculcaron, y sanar a ese niño/a que quedó escondido y herido en nosotros, podemos ir reemplazando las viejas ideas que construimos por otras. Repetir estas afirmaciones con frecuencia es manera de comunicarnos con nosotros mismos, de ayudarnos a adquirir seguridad y tener presentes nuestros derechos:
Realizo mis elecciones y acciones con responsabilidad y sin temor.
Sólo yo decido el modo como utilizo mi tiempo, pongo límites a quienes no respetan esto, hago acuerdos para combinar mi tiempo con el de otros sin someterme.
Me aplico a mi trabajo con responsabilidad pero, si algo no va bien, no es porque yo sea un fracaso, sino que todavía tengo que aprender más.
Me hago responsable del modo como trato a los demás y evito repetir lo que a mí me hizo sufrir.
Tengo confianza en poder resolverlo mejor posible cualquier situación.
Aprendo a comunicar mis sentimientos y respeto los de otros.
Cambio mis opiniones sin temor si me doy cuenta de que no eran correctas.
Soy una persona valiosa, capaz, creativa y estoy abierta para cambiar todos los aspectos de mi vida.
Si una persona tiende a valorarse de esta manera se trasforma la guía de su propia vida y está protegida de sentir culpas irracionales, de creerse incapaz, mala o inútil, de tener que complacer para ser aceptada.