Navarra

Se perdió para encontrarse

Muchos quizás den por hecho que San Fermín es el patrono de Pamplona, pero no es así. En cambio, sí que lo es de toda Navarra. Un honor que comparte con San Francisco de Javier. 

 

Javier Martínez con la Puerta del Juicio
photo_camera El sacerdote Javier Martínez Lavilla colaboró en 2013 con Diario de Navarra en un libro que recopila el significado de las 150 escenas que forman la Puerta del Juicio de Tudela

Qué gozo tan inmenso embarga nuestro corazón al tener por patrón a San Fermín. La vida de nuestro santo discurre en la segunda mitad del siglo III de nuestra era.

Hijo de patricios romanos, llega a la fe a través de la predicación de San Honesto de Nimes. Era de familia religiosa pero al escuchar la palabra de este presbítero que le abría a la novedad del evangelio, «todo lo consideró basura en comparación con el conocimiento de Cristo Jesús» (Flp 3,8). Fue San Saturnino de Toulouse, San Cernin en la lengua de Occitana, el que vino a confirmar la adhesión a la fe de los primeros cristianos de la Iruña de los vascos, rebautizada como Pamplona por el afán megalómano de los conquistadores romanos. 

El obispo bautizó, entre tantos, a San Fermín y a toda su familia, dejándolo bajo la guía espiritual de San Honesto. Este le fue instruyendo en los misterios de la fe: si los dioses del Panteón romano legitimaban una estructura sociopolítica esclavista y justificaban una organización económica de opresores y oprimidos, el Dios de Jesús de Nazaret pretendía retomar su proyecto primero cuando creaba el mundo, hacer de este un paraíso terrenal y hacer de la humanidad una fraternidad.

Aprendió bien la lección Fermín y, siendo un joven veinteañero, fue ordenado, primero, presbítero y, pocos años más tarde, obispo, por el sucesor de San Cernin en la sede tolosana, San Honorato, con el mismo mandato que recibieron los apóstoles: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo». Así que, insuflado de este espíritu misionero y afán evangelizador, se desprendió de sus bienes y se hizo peregrino por tierras galas. A todos los pueblos que le recibían hablaba de la cercanía del Reino de Dios, de su amor inmenso por esta humanidad sufriente por la injusticia y el pecado, arrimándose y llevando consuelo a los enfermos, denunciando el atropello del pueblo por los pudientes y poderosos, descubriéndoles que Jesús era el único camino, verdad y vida.

San Fermín

De esta guisa llegó nuestro patrón a la ciudad de Amiens, en la Picardía gala, donde formó, acunó y educó a los primeros cristianos: ¿se puede vivir la fe si no es en una comunidad a la manera de los primeros cristianos? Los éxitos entre el pueblo y los humillados despertaron la rivalidad de los sacerdotes paganos, que veían comprometida su supervivencia y sus pingües beneficios, y en unos tiempos en que el nombre «cristiano» estaba tan perseguido como ser comunista en tiempos de Franco, fue acusado ante las autoridades romanas como antaño lo hicieron con Jesús. La fe de San Fermín ponía en jaque la política y economía del Estado y fue extirpado de la sociedad, como se hace con un carcinoma, para evitar el colapso del sistema. Fue decapitado en la persecución de Diocleciano, a comienzos del siglo IV, después de dar testimonio de quien antes lo había dado por él en la cruz, nuestro Señor Jesucristo. «A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos... No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará». (Mt 10,32.34-39).