Te colaste en mi vida de puntillas
como un mendigo esperando un
poco de comida,
te adueñaste de mi ánimo con
mentiras.
Como aquel que implora migajas
de ternura.
Desapareciste bruscamente, sin
una despedida
sin una excusa, sin una acción que
incitara a la duda.
Como un ladrón después de haber
saqueado
toda una fortuna.
Y ahora, cuando tu mirada se cruza
con la mía
cuando las palabras que quieres
decirme
mueren de vergüenza sin salir de
tu boca
me siento muy afortunada, de no
ser la otra...