Tudela

Cuando en Tudela existía afición desmedida por el teatro

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Aquel 20 de junio de 1833 hubo mucho ambiente en Tudela, pues era el señalado para jurar como Princesa Heredera a una niña de sólo tres años, hija del moribundo Fernando VII. Luego reinó largos años con el nombre de Isabel II. Por otra parte volvían, tras el vacío de más de un siglo, las representaciones teatrales al inaugurarse el llamado: Teatro Principal, nombre pomposo que ocultaba lamentables carencias. El lugar elegido consistía en un almacén destartalado que durante siglos sirvió para almacenar el trigo del Vínculo. Sí, el Vínculo, aquel granero - en otras parte llamado Alhóndiga - donde el Ayuntamiento guardaba el trigo para repartirlo a bajo precio en épocas de hambre y carestía, lo que evitaba la especulación. El local permanecía vacío desde 1808 al haberse decretado la libertad de granos.

No parecía el mejor acomodo pero no se encontró otro superior. Además, todo se daba por bueno si los tudelanos y gentes de la comarca podían volver a disfrutar del teatro. Limpio y adecentado, el local disponía de suficiente espacio para montar el escenario, palcos y un amplio patio de butacas. Por otra parte, su situación privilegiada lo hacía muy atractivo. El caserón se encontraba en la confluencia de las Herrerías con la calle Yanguas y Miranda. Es decir, a dos pasos de la Plaza Nueva, centro neurálgico de la ciudad. El tema ha sido estudiado tanto por Francisco J. Sierra, en un artículo aparecido en la Revista del Centro de Estudios Merindad de Tudela, nº 3; como por Jesús Romé en su libro El teatro en Tudela hasta el año 2000.

"El lleno estaba asegurado. Las más importantes compañías pujaban por actuar en Tudela"

También tenemos los testimonios de primera mano aportados por Mariano Sainz en Apuntes Tudelanos, quien añade datos muy interesantes sobre cuándo y dónde se fraguó el proyecto. Cuenta que fue la tertulia que tenía lugar en casa de D. Francisco de Sales Belaunza, -lo más selecto de Tudela- quien dio el pistoletazo de salida. Y cuenta también quien se encargó de negociar con el ayuntamiento, dueño del Vínculo. Fue Miguel Forcada, un carpintero con taller en la plaza de los Fueros, quien en nombre de un grupo de entusiastas del teatro presentó el proyecto. Se hacía ver la situación de abandono del edificio y los gastos improductivos que ocasionaba a la ciudad. Proponía convertirlo en teatro y ejecutar a sus expensas las obras necesarias.

Establecidas las bases pertinentes, entre las que aparecía la posibilidad de convertirlo también en sala de baile, se presentó a la aprobación del Consejo Real de Navarra. Obtenida ésta en enero de 1833, con el apoyo decidido del consejero Fulgencio Barrera, ferviente tudelano, comenzaron inmediatamente las obras. El ritmo fue frenético porque el ayuntamiento quería inaugurar el edificio para el 20 de junio. Y así ocurrió. La notable compañía madrileña de Juan de Alcaraz fue la encargada de abrir el teatro que continuó sus sesiones hasta finales de julio, con las fiestas de Santiago y Santa Ana.

Todos se hacían lenguas de la afición de los tudelanos por el arte de Talía y cómo, cualquier celebración, ya fuesen fiestas, carnavales, efemérides patrióticas o cumpleaños reales, se acompañaba de representaciones teatrales. El lleno estaba asegurado y así las más importantes compañías pujaban por actuar en Tudela. Dos eran las temporadas habituales. La primera, en invierno. Comenzaba en diciembre y llegaba hasta Carnaval. La segunda, abarcaba los meses de verano, incluidas las fiestas patronales. Pero el Teatro Principal no ofrecía sólo obras teatrales. Andando el tiempo albergó conciertos de música y funciones de ópera y zarzuela. En 1859, el célebre Joaquín Gaztambide, volvió a su tierra y dirigió un concierto de profesores tudelanos. Años antes, en junio de 1852, actuó la diva italiana Marietta Alboni (1826-1894) en el cenit de su arte, que le había llevado a inaugurar el teatro Real de Madrid. El edificio acogió también funciones benéficas. En 1851, con ocasión del ataque de un lobo rabioso que acabó con la vida de El Roso, el valiente que se enfrentó a la fiera, hubo funciones para recaudar fondos con que ayudar a su familia.

Esta intensa vida artística continuó durante gran parte del siglo XIX, alcanzando el cénit en la década de 1880. Tanto, que uno de los problemas era encontrar localidades dada la fuerte demanda. Efectivamente, las seiscientas plazas del Teatro Principal resultaban escasas ante las numerosas solicitudes. Por ello, en 1882, se creó una comisión encargada de poner las bases para construir un nuevo edificio en terrenos de la llamada huerta del hospital. No tuvo éxito y ese fue el inicio de la decadencia, acuciada por el deterioro de las instalaciones. Por si fuera poco, el siglo XX trajo la competencia del cine y no pudo aguantarla. Intentó reciclarse y en los últimos años acogió mítines de tipo político, sirvió como salón de ensayos de la Banda Municipal y, ocasionalmente, para bailes.

Era inútil. Para muchos aparecía como algo anacrónico, un caserón que no se adaptaba a los nuevos tiempos y que, por su fealdad, debía derribarse. La prensa local animaba a la demolición. Un ejemplo: El Ribereño Navarro, le acusaba del mayor pecado de los tiempos modernos, “entorpecer el tráfico”.

“… ese caserón anticuado, indecente, antiestético y que como un malecón cierra el paso y se interpone entre las calles de Yanguas y Villanueva (Herrerías) tan obligadas al rodaje de coches y carros, caballerías y transeúntes (…) Bajo cualquier punto de vista que se le mire es un edificio inútil y hace ya muchos años que debiera haber desaparecido para urbanización y ornato de Tudela.”

El nuevo ayuntamiento republicano, surgido tras las elecciones de abril de 1931, se decidió al fin. Las obras de derribo comenzaron en septiembre y a finales de noviembre yacía demolido el viejo coliseo en el que varias generaciones de hombres y mujeres de la Ribera aprendieron a amar el teatro. Paradójicamente, aquellos decenios de agonía del Teatro Principal, coincidieron con un fuerte renacer de grupos teatrales en Tudela que, por los años veinte, pusieron en escena obras del gran Alberto Pelairea y vieron surgir nuevos actores. De allí salieron –algunos aún los recuerdan- Félix Suescun, María Álava, José María Remacha, María Abeti y tantos otros que triunfaron en creaciones como ‘La hija del santero’, ‘La que salvó al guerrillero’, o ‘La tarde del Cristo’.

Esteban Orta Rubio

Historiador