Tudela

Las plazas más peculiares de la zona

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San Adrián, Andosilla, Castejón y Valtierra se embarcaron hace siete años en un proyecto taurino. Entre los ayuntamientos de estas cuatro localidades, y gracias a una subvención del Gobierno Foral, decidieron comprar una plaza de toros para uso compartido.

Del diseño se encargó a una empresa especializada y desde entonces se contó con una plaza cuyo aforo es de 2.500 espectadores.

Tarazona y sus dos plazas

Este coso tan particular se construyó conforme al reglamento taurino de Navarra y cumple todas las medidas de seguridad y anchuras. Además cuenta con acceso y zona de minusválidos y unos cómodos asientos para el público general.

Pese a todas sus ventajas, en la actualidad ni Castejón ni Valtierra la usan ya. Una de las causas de ello es que su gran volumen -todas las piezas ocupan cuatro trailers- hace que su montaje sea prolongado y costoso y, dada su gran dimensión, sobre mucho sitio en su grada.

Hasta hace unos años se dejaba en Castejón, por ser las de esta localidad las primeras fiestas, ahora este pueblo de la Ribera no sólo no hace uso de ella sino que alquila una más pequeña para los festejos taurinos de sus fiestas.

El coso de Alfaro

Hasta que en 1870 se inauguró el coso taurino actual, la plaza del Prado, conocida como Plaza de Toros Vieja, cumplió fielmente los fines para los que se edificó. En ella se vivieron emocionantes tardes de toros.

Este conjunto arquitectónico taurino constituye hoy uno de los signos de identidad más destacados de Tarazona y su importancia trasciende lo puramente local.

Construida por Ramón Pignatelli, es el coso más antiguo de Aragón, y mantiene su estructura primigenia en muy buen estado.

Sus obras se iniciaron en 1790, y fueron promovidas por ocho familias de notables miembros del Consejo turiasonense. Aunque el proyecto se llevaba fraguando desde 1752, fecha en que ya se eligió como emplazamiento ideal el Prado de la Virgen del Rio.

Categorías y aforos

La plaza de Alfaro comenzó a construirse a finales de 1924 por la empresa bilbaína Gamboa y Domingo, a cuyo frente estaba el alfareño Santiago Domingo. Numerosos vecinos colaboraron trabajando en su construcción, e incluso algunos de ellos cobraron acciones por su aportación laboral.

Terminada en 1925 se inauguró ese mismo año y en la década de los 50 pasó a ser de titularidad municipal ya que el consitorio era su mayor accionista.