Tudela

Extranjero o extraterrestre

Reconocerse extraño no nos debe preocupar. Le pasa a todo el mundo en alguna etapa de su vida. Hay momentos en los que uno se siente de mil maneras distintas que no le representan, ni dignifican, pero que están ahí, porque uno mismo es uno mismo,

y no todos los días, las ocasiones

o las circunstancias, son las mismas. No queda otra, y lo mejor es asumirse como cada cuál es y se ve.

Otra cosa bien diferente es que además de extraño parezcas extraterrestre... Si no te gusta el fútbol, te desencanta la política del Blanco o Negro y además del rojo, en Fiestas -o cualquier otro día-, abogas por el marino azul

o por el esperanzador verde, puedes pagarlo caro hasta el punto de ser apartado de entre los blancos puros -por negros pensamientos-, de esa fervorosa mayoría que todo arrastra, que todo lo engulle, que sólo se reconoce si no se ve distinta. Y donde el diferente expía las culpas colectivas que la limpieza blanca quiere esconder.

En cualquier caso, puestos a verse distinto, lo mejor, si se pudiese elegir, sería pasar por extranjero allá donde se va o se está, de tal forma que cada celebración, cada hito, cada imagen, cada icono, cada absurdo hábito o elegante tradición te serviría para integrarte y formar parte de esa masa ingente pero despiadada que es la blanca colectividad. La diferencia serviría de arrogante integración.

De este modo, y durante todo el año, abogaría por una Fiesta multicolor en la que el extranjero sería un forastero vecino más.

Y hasta el verde alienígena gozaría, en plenitud, de la fuerza que tiene ese rojo enológico que dan los días de celebración colectiva en que,

a pesar de las distancias, todos son uno en derredor de la juerga,

el entendimiento y la armonía. Y donde, de forma curiosa, se convierte al señalado extraño en profeta.