Tarazona

“Éste será el último cigarro, Fermín”

El coche sube a duras penas por el tortuoso camino que a través del bosque lleva al caserío Etxenekoborda, en el barrio Zalaín.

La espesa bruma del amanecer impide ver luz alguna y sólo el ladrido del perro anuncia la proximidad del caserío. Dos maniobras y ya están.

-Egun on, Antonio

-Egun on.

A pesar de no haber dormido, Antonio los recibe y los acompaña a la puerta con su cordialidad acostumbrada.

Y mientras Aurora y Blanca atienden a Fermín, Antonio se vuelve a sentar sobre el tronco de roble situado en el quicio de la puerta y espera. Su anguloso y robusto perfil se afila tras cada una de las profundas caladas que cadencioso va dando al cigarro que acaba de encender.

Ya hace un mes que Antonio y su mujer llegaron al caserío familiar donde Fermín, el solterón de la familia, vive. El cáncer de pulmón lo ha ido debilitando y desde hace una semana, postrado en la cama, apenas come ni bebe.

La bruma poco a poco desaparece y ya se distinguen las suaves y verdes ondulaciones, que especialmente en esta estación del año, resultan tan hermosas en la Montaña Navarra. Una ráfaga de viento agita las ramas de los árboles que rodean la casa, dejando caer alguna hoja sobre la tierra húmeda. Y con las hojas van cayendo también los recuerdos.

Recuerda Antonio cuando juntos de chicos se escondían tras haber hecho una de sus trastadas y se liaban los primeros cigarrillos entre toses y poses de rebeldía e insolencia. Recuerda cuando en el Puerto de Pasajes fumaron un último cigarro antes de que Fermín partiera, cuando sólo tenía veinte años, para Montana a trabajar de pastor. Nadie sabe cuanto pensó Antonio en su hermano pequeño. Y en las noches frías de invierno frente al fuego solía encenderse un cigarro pensando que Fermín frente a una hoguera de la lejana Montana, haría lo mismo. Y eso le servía para sentirlo cerca.

La puerta suena allá dentro. Aurora y Blanca salen. Sus miradas le dicen que las cosas no van bien.

- Mañana volveremos. Descanse un poco.

- Gracias, gero arte

Antonio no quiere irse a dormir, enciende otro cigarro y vuelve a sentarse en el tronco de roble. Los primeros rayos de luz se abren paso a través del follaje. Una bandada de palomas en formación pasan entre pálidas nubes de color lila; el viento cálido huele a tierra húmeda; los recuerdos vuelven.

Recuerda cuando volvió Fermín de América, su marcha a los Altos Hornos, su vuelta al caserío después de la muerte de los padres. Y siempre, después de todo, se encontraban como cuando chicos compartiendo largos silencios y un cigarro.

Antxon, entra un momento

Antonio deja sus pensamientos y entra en la casa. Su mujer lo necesita.

Esta noche ha vuelto a ser larga, Fermín ha estado muy agitado y ha habido que sedarlo. Antonio con las facciones más pronunciadas que de costumbre sale de la casa y con parsimonia se enciende otro cigarro, pero pronto se da cuenta que éste va a ser diferente. Este cigarro no le trae recuerdos de momentos con su hermano sino que le anuncia que ya no podrá compartirlo con Fermín. Ya siempre tendrá que estar sólo en ese tronco, a nadie irá a buscar a la estación, ni quedarán para ir a Ferias. Ese cigarro le recordaba que su hermano se moría en casa de forma absurda y el ya no podía hacer nada. Pensaba en las cosas que le hubiese gustado decirle y en las cosas que todavía hubiesen podido hacer. Pensaba en que Fermín tenía la ilusión de volver a América con su hermano, de conocer Galicia, de .... Con rabia apagó contra el suelo ese cigarro a medio consumir, se dio cuenta que no quería ninguna otra pérdida antes de tiempo, no quería más muertes inútiles, con una ya era demasiado. “Este será el último cigarro, Fermín”.