Tudela

Cremallera y horizonte

Una gota de sudor, deslizándose a lo largo de la mejilla, acabó rozándole la comisura de los labios. Pete aguantaba el agotamiento que suponía recorrer la habitación sin descanso, almacenando alhajas, harapos y baratijas del armario. La miró fijamente. ¿Cabrían diez años de su vida en aquel espacio que se atisbaba tan diminuto? Gloria le dijo una vez que las maletas no abarcan lo que aparentan, sino lo que uno quiera. Ahora tenía la oportunidad de comprobarlo.

Y precisamente la ocasión surgía por ella. Porque los días de vino y rosas, los de las canciones que destilan aroma a sueño americano, a romance de color cálido pero en tono pastel, pasaron como alma que lleva el diablo. Los cuadros de la camisa, que antaño emanaban un crisol cromático, ahora se tornaban fríos, oscuros, roídos. El símbolo de un declive. Pete echó el último vistazo a la maleta, mientras se encendía un Celta sin boquilla. El humo exhalado de la primera calada nubló su panorámica de la habitación y le borró la maleta de la mente por un momento.

Pero era consciente de que el trance estaba por llegar. La foto de Gloria descansaba boca arriba, incrustada en su marco de madera mal barnizada, sobre la cómoda. El vacío la rodeaba. Parecía cobijada por una barrera invisible, hecha de la misma nada, pero tan evidente y palpable que ponía los pelos de punta. La tomó con las manos temblorosas, con gesto torcido por las ganas de despecho, y la tiró a la maleta. Luego maltrató a la cremallera. Casi la estranguló en lugar de cerrarla.

Cremallera…y horizonte. El nuevo horizonte que le esperaba reverberaba en el subconsciente, claro, despejado. Libre de la soga de aquella ‘femme fatale’. Durante el trayecto a la estación, agarró el asa con la fuerza de quien guarda un tesoro y se aferra a su oro para mirar hacia delante. Todo debía escapar lejos de la ciudad. El precio de la libertad, en forma de ticket de papel fino y muy transparente, eran 5 euros.

Aprovechó un desliz para no pasar vergüenza. El chofer dio la espalda para ayudar a un viajero confuso. Pete se deshizo de la maleta, mezclándola con las demás, revolviéndola entre el resto de vidas, de sinsabores, de esperanzas y proyectos de las otras maletas. Dio la vuelta raudo. Cuando salió de la estación, pensó en que todo empezaba de nuevo. Había acertado de pleno al ahorrarse la despedida.

Mieltxo Apastegi