Tudela

El Canciller Villaespesa. Una vida dedicada al servicio del Reino de Navarra

Este pasado 2021 se cumplieron seis siglos de la muerte de Francés de Villaespesa, Canciller de Navarra. Murió el 21 de enero de 1421, y quiso ser enterrado en Tudela.

Esteban Orta en la conferencia que impartió sobre el Canciller Villaespesa el 15 de octubre
photo_camera Esteban Orta en la conferencia que impartió sobre el Canciller Villaespesa el 15 de octubre, mes en el que se organizaron una serie de actos a fin de dar a conocer su trayectoria vital

La catedral de Tudela, en su venerable antigüedad, guarda abundantes tesoros de arte entre sus muros. Uno de ellos -quizás el más vistoso- es la capilla que contiene el mausoleo del Canciller Villaespesa y de su esposa Isabel de Ujué. Está dedicada a la Virgen de la Esperanza y se abre al luminoso crucero, junto a la puerta este, antiguamente llamada Puerta de los Peones, por buscar cobijo en ella los jornaleros del campo, a la espera de ser contratados.

Mausoleo donde yacen los restos del Canciller Villespesa
Carlos Carrasco, de la Asociación de Amigos de la Catedral de Tudela, indica el mausoleo donde yacen los restos del Canciller Villespesa

Este año de 2021 se cumplieron seis siglos de la muerte de Francés de Villaespesa, Canciller de Navarra. Murió el 21 de enero de 1421, y quiso ser enterrado en Tudela en la capilla que había comprado al cabildo y donde levantó el hermoso conjunto monumental que hoy admiramos. Con tal motivo, el Centro Cultural ‘Miguel Sánchez Montes’ y el Ayuntamiento de Tudela, organizaron una serie de actos –alguno multitudinario- el pasado mes de octubre, a fin de dar a conocer su trayectoria vital, así como la importancia que tuvo en la vida política del reino de Navarra durante los reinados de Carlos II y Carlos III el Noble. Buena falta hacía, pues el polvo de los siglos había oscurecido totalmente su memoria.

La vida de este personaje se sitúa muy lejos en el tiempo y a caballo de los siglos XIV y XV. Estuvo marcada por tres hechos fundamentales. En su niñez se hallaban muy vivas aún las terribles consecuencias de la Peste Negra (1348), mientras que los últimos años de su vida coinciden con el final del llamado Cisma de Occidente (1378-1417) que tan funesto resultó para la Iglesia. Pero su mundo estuvo inmerso también en la vorágine causada por la Guerra de los Cien Años (1337-1453). Reparemos, por otra parte, que fue contemporáneo de tres figuras señeras de la literatura universal como fueron Bocaccio, autor de El Decamerón; el poeta Petrarca, con su Cancionero y el inglés Chaucer y sus Cuentos de Canterbury

¿Quién fue el Canciller Villaespesa?

A pesar de la importancia que su figura tuvo para Navarra, con el tiempo Francés de Villaespesa fue cayendo en el olvido; hasta tal punto que se desconocía su origen. Tuvo que ser un tudelano, José Ramón Castro, director del Archivo General de Navarra, quien en los años cuarenta del siglo XX se acercó a su trayectoria vital, exhumó su testamento y allí descubrió que el mismo Canciller expresaba claramente su origen aragonés: “En Theruel do yo nascí”. Quedaba por descubrir cuándo y porqué llegó al viejo reino. Hoy parece claro que lo hizo como parte del séquito del cardenal Pedro de Luna, quien como representante del Papa de Aviñón acudió a entrevistarse con el rey Carlos II el Malo. Estaríamos en 1381. 

Francés, era por entonces un joven abogado cuya personalidad comenzaba a destacar y a quien los primeros documentos llaman pomposamente “doctor en decretos”. Las razones por las que decidió quedarse en Navarra se desconocen, pero sí sabemos las que abrieron la puerta de la corte. En primer lugar destacaba su condición de experto en leyes, tan necesaria para moverse en la maraña legislativa. A ello se añadía la prudencia, que todos destacaban, por lo que no es extraño verlo en 1384 bien asentado ya como miembro del Consejo Real, con sueldo de 1.000 florines al año. Pero puede que otras cualidades como su don de gentes y la probada lealtad llevaran a confiarle delicadas misiones diplomáticas por diversas cortes europeas. Esta, sin duda, será la faceta más destacable de la vida política de Villaespesa: andar y desandar durante décadas los caminos de la Europa medieval al servicio de los intereses del reino de Navarra. 

Ascenso en la corte

Carlos II, buen conocedor de las cualidades del joven aragonés, decidió colocarlo a la vera del príncipe Carlos para acompañarle y, sobre todo, asesorarle. A partir de este momento-1385- y hasta la muerte del Canciller en 1421, los dos hombres unirán sus vidas, y su compenetración fue tal que el futuro rey le utilizará en asuntos trascendentales, no solo de índole política, sino también algunos más personales. Reparemos que cuando surjan problemas conyugales en el matrimonio real, a él confiará las gestiones y solución. Así pues, la figura política de Francés de Villaespesa toma mayor volumen conforme pasa el tiempo y sube exponencialmente cuando Carlos, a la muerte de su padre en 1387, hereda el trono y la política de Navarra cambia radicalmente. A la época turbulenta de Carlos II, apellidado El Malo, seguirá una época de paz, donde la diplomacia sustituye a la guerra en el camino de solucionar los conflictos con poderosos vecinos. Aquí encontraremos siempre a Villaespesa en incesantes viajes a Francia, Castilla y Aragón, con prolongadas estancias que durarán, a veces, varios años. 

Aparece Isabel de Ujué 

En aquella vida ocupada totalmente en servicio del rey con incesantes legacías, parece que Villaespesa estaba decidido a tomar el estado eclesiástico; pero como ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia, se le cruzó una mujer, y esta mujer era tudelana. Se llamaba Isabel y pertenecía al linaje de los Ujué. Una saga poderosa que participó de modo claro en la vida política, económica y social del municipio tudelano y estaba en su cénit cuando Isabel llega a este mundo. Los documentos municipales rebosan de personas con el apellido Ujué: alcaldes, justicias, jurados, canónigos, deanes, notarios, mesnaderos, etc. Es decir, personajes que influyeron y destacaron no solo en la vida de la ciudad, sino del reino. 

Aunque carecemos de datos concretos, no es descabellado pensar que pudieron conocerse en alguna de las fiestas con que la ciudad de Tudela obsequiaba a la corte real durante sus prolongadas estancias en el castillo- palacio y a las que accedían miembros destacados de la nobleza local. Sea como fuere, el noviazgo acabó en matrimonio y la boda se celebró en la catedral –entonces colegiata- en el otoño de 1396. Fue una ceremonia fastuosa a la que asistieron los reyes que pasaban una larga temporada en Tudela; los novios recibieron soberbios regalos, destacando -según los documentos de Comptos- “dos coillares dargent dorados de nuestra devisa que nos havemos dado a la mujer de nuestro amado y fiel conseillero mossen Frances de Villaespesa”. Pero a éste le hizo una dádiva mayor y más preciada, pues lo ennobleció al nombrarle caballero con escudo de armas que el futuro Canciller colocará orgullosamente en su casa de Olite y en la tumba catedralicia. 

Canciller del Reino 

Parece como si la boda con Isabel encumbrara más a Villaespesa. El hecho es que pocos meses después, en marzo de 1397, alcanzó el cénit de su carrera política al ser nombrado Canciller del Reino. El documento real deja claras las razones de su elección: “… los méritos de prodomía (hombre prudente), seso, lealtat et dilligencia que son en la persona de nuestro bien amado e caballero mossen Francés de Villa espesa, doctor en decreto, et esso mesmo los grandes buenos et agradables servicios que de luengo tiempo aqua nos ha fecho…” A partir de este momento, la vida de Villaespesa no conoce reposo y los viajes lejos de su amada Isabel se hacen más frecuentes. Quizás por ello, y con la llegada de su primer hijo, Carlos, el matrimonio decidió buscar un lugar estable donde criar y educar a sus vástagos. ¿Y qué mejor lugar que Olite, a la sombra del palacio real en construcción? Puede que en ello influyeran los propios reyes que deseaban tener cerca a la pareja, pues les donaron 350 florines para que construyesen una mansión adecuada. Allí residieron hasta el fin de sus vidas rodeados de su numerosa progenie. Sólo les sobrevivieron cuatro hijas, quienes fueron bautizadas con los mismos nombres que las princesas: Leonor, Blanca, Isabel y María. 

No podamos tratar en este artículo sobre la relación tan estrecha que tuvieron la reina Leonor e Isabel de Ujué. Puede que las ausencias de sus esposos contribuyeran a unir sus vidas y la documentación así lo sugiere. Además, la reina Leonor que estuvo muchos años alejada de su esposo en Castilla, había sufrido de “melancolía”, lo que hoy llamamos depresión. Depresión que según Castro desapareció cuando regresó a Navarra. La íntima amistad entre estas dos mujeres duró hasta la muerte de la reina; y del nivel de conexión entre las dos familias nos habla el hecho de que entre los testamentarios de la reina estará el esposo de Isabel.

Asistentes a la visita guiada que tuvo lugar en la capilla de la familia Villaespesa
Asistentes a la visita guiada que tuvo lugar en la capilla de la familia Villaespesa

Últimos años

Continuó la vida de Villaespesa entre viajes y legacías buscando solucionar no solo los problemas políticos, sino otros igualmente complicados, los casamientos de las infantas reales. Destacó la brillantez con que actuó en el de Blanca, con constantes idas y venidas a la corte aragonesa. Fueron negociaciones complejas, y más al entrar en escena los reyes de Francia e Inglaterra que deseaban colocar en el trono de Aragón a una princesa de su sangre. Finalmente, Blanca de Navarra se casó con Martín el Joven, rey de Sicilia, y heredero al trono de Aragón. Satisfecho debía hallarse el Canciller cuando, como último encargo, viajó hasta Valencia para despedir a la infanta que partía para Sicilia a donde llegó en noviembre de 1402. 

A partir de 1405, el ritmo de trabajo del Canciller se ralentiza y el matrimonio invierte más tiempo en la educación de sus hijos y en administrar la hacienda situada fundamentalmente en Olite, Tudela y Cascante. ¿Por qué este cambio? Todo parece indicar que el canciller, resentida su salud por tantos viajes y embajadas, buscó el refugio familiar. Fueron años venturosos, viendo crecer a los hijos y disfrutando de la benevolencia real y con frecuentes viajes a Tudela para visitar a la familia de Isabel. Pero la muerte, omnipresente en la época, vino a romper la armonía. Singularmente dura  para ambos esposos fue la desaparición de la reina doña Leonor, fallecida en Olite en febrero de 1415. Pero la desgracia mayor llegó tres años más tarde, cuando un 23 de noviembre de 1418, moría Isabel de Ujué. En el testamento ordenaba que su cuerpo fuese trasladado a Tudela e inhumado en la entonces colegiata. Efectivamente, así se hizo, y sus restos descansan en el hermoso sepulcro de alabastro policromado instalado en el muro de la capilla de la Virgen de la Esperanza. 

La muerte de su esposa debió ser un duro golpe para un Canciller avejentado y posiblemente aquejado de alguna enfermedad o padecimiento. Pudo retirarse en parte de la vida política, porque no sabemos nada de su vida a partir de 1420. Como hombre medieval que era, e intuyendo que se acercaba el final, se aprestó a preparar dignamente su muerte. Enfermo, pero en plena lucidez (seyendo en mi buena et sana memoria et entendimiento, maguer enfermo), dictó su testamento ante el notario tudelano Johan Pasquier. Falleció pocos días más tarde, el 21 de enero de 1421, y su cuerpo fue sepultado junto a su esposa en el mausoleo arriba citado. Si nos acercamos al arcosolio, veremos que su figura se cubre con birrete de doctor y porta en sus manos un libro y una espada símbolos de saber y alto estatus. A sus pies descansa un león. Junto a él aparece Isabel, de rostro delicado y se muestra ataviada a la moda cortesana de la época, mientras a sus pies dormita un lebrel.

No fue este mausoleo lo único que evoca en Tudela la figura de aquel gran personaje pues el edificio del ayuntamiento se asienta sobre unas casas propiedad de Villaespesa. Las había legado para sostener con su renta una capellanía que fundó en su capilla funeraria. En 1490, debían estar en “ruyna y perdición”, y por deudas de su poseedor Pierres de Peralta, las consiguió Juan de Berrozpe, quien a su vez las vendió al Concejo, el cual edificó en el solar la Casa Municipal.