Tuyo el aire XIII



De niño no quería que llegase la noche,

ni que el negro vistiese la carne de mi madre,

ni que un grito rompiera el beso de las voces,

ni que las nubes grises nos dejasen sin parque.


Me daba miedo el frío colgado de los postes

y la sierpe invisible acechando la tarde

y la daga y el látigo y los lugares donde

el silencio era un fruto madurado en el hambre.


Al cabo de los años, de tantas cicatrices,

mi piel es como un mapa de cruenta geografía

donde la historia ha escrito sus letras indelebes.


Y cuando me sorprendo soñando lo imposible,

me doy cuenta, en el miedo que vive con mis días,

que sigo siendo un niño, anisando tus presentes.