Sonidos de cascabeles
acarician la mañana
y las quintas del sesenta
se impacientan en sus casas.
Con redoble de caballos
en tambor de asfalto plata,
carruaje, cordobeses,
y la sonrisa bien alta,
quintos recogen sus quintas
por todo Ribaforada.
El veintiséis de agosto
enciende Dios su mirada
para ver pañuelos rojos
en la luz de nuestras almas.
Y ante San Bartolomé
(con lacrimales de escarcha)
pedimos longevidad
y acogimiento al que falta.
Flores en el Campo Santo
de solidaridad hablan
para quitarle a la muerte
su hiriente e injusta espada.
A hombros de los recuerdos
en la “Dos mil” nos reclaman
para escuchar “Armonía”
y remojar las gargantas.
Mas bailando todos juntos,
hasta el cielo espabilaba
como si quisiera el sol
florecer nuestras entrañas.
En el “Bocaccio” manjares
y manantial de palabras;
con el licor en la boca
moviliza la charanga.
Y el “Barranco” se hace fiesta
y todas las sombras bailan
hasta que un cohete anuncia
que van a soltar las vacas.
Mas al subir “al remolque”
yo no sé lo que me pasa;
pero, todo el sentimiento
se me aviva como brasas.
Fachadas de gentes ríen,
gesticulan y se hablan,
mientras nosotros saltando
(que el remolque no se escacha)
de alegría a la existencia
nuestro alboroto contagia.
Y a la suelta de vaquillas
este poeta no estaba;
que era cosa de toreros
mientras yo me refrescaba
con la ingesta de cerveza,
orando con un cubata,
en lo que fuera capilla
y ahora Club Ribaforada.
Y no me preguntéis más
porque la Luna y la Nada
recorrieron todas las calles
repartiéndose miradas.
Porque con cuarenta y seis
todavía me entusiasma
el ver alegre la vida;
pero, más si es incitada
por esta Quinta ejemplar
de mi, ya, Ribaforada.