Opinión

Y nosotros nos iremos

Las navidades se vienen, las navidades se van, y nosotros nos iremos y no volveremos más”. En el pasado no era raro que los viejos soltasen esta píldora de la sabiduría popular en la cena de Nochebuena. Hoy el autoengaño dominante lo consideraría hasta de mala educación.

¿Nos iremos a...? En los obituarios (género de moda) se lee a veces, refiriéndose al muerto, “dondequiera que esté”, o “que estés”, como si el difunto lo estuviera leyendo. Puede parecer que los que creen que vamos a “dondequiera” no son materialistas, pues de serlo pensarían que la muerte nos lleva a la nada y no estaremos en parte alguna. Sin embargo, dan por bueno que lo que queda del muerto anda por ahí, ¿por el espacio? ¿Es algo material por tanto? Lo que sí es claro es que no creen que haya muertes que nos lleven al paraíso y muertes que nos excluyan de él, pues en su opinión todas conducen a un igual y difuso destino anodino, al “dondequiera”, ni bueno ni malo, acorde con nuestras vidas gregarias ni buenas ni malas (recuerda quizás al aburrido “Hades” de los antiguos griegos).

La creencia de marras encaja con el buenismo igualitario de nuestras vidas anodinas, para el que todos somos vagamente buenos, y nos va a ir parecido al otro lado. O con la pérdida del sentido de la culpa hoy dominante. Si todos hemos de acabar en un igual “dondequiera”, ha de dar igual cómo hayamos vivido, cuál sea el saldo final de inocencia o culpa de nuestra vida. Ese saldo no parece influir en nuestro destino tras la muerte. No hay según eso juicio sobre nuestra vida, ni absolutorio ni condenatorio. Al ser irrelevantes la inocencia y la culpa, el arrepentimiento resulta fuera de lugar, y no tiene sentido que Cristo viniera para perdonar los pecados. El “dondequiera” es acristiano. Y como da lo mismo lo que hagamos o no hagamos en la vida, nada vale más la pena que otra cosa ni tiene más sentido. Es el relativismo absolutizado y convertido en seudorreligión. La vida humana se acerca en ese caso por su indiferencia moral a una mera vida animal.

La creencia en el “dondequiera” concuerda quizás con la moda de incinerar y dispersar las cenizas en el monte, en el mar ... dondequiera. Así como las cenizas andan por ahí, en un impreciso “dondequiera”, parece como si la conciencia del difunto estuviera igualmente por ahí como una especie de gas invisible, dispersa como sus cenizas corporales.

Esta creencia acristiana y la moda de incinerar y expandir las cenizas encajan a su vez con el materialismo hedonista y su culto al cuerpo, su verdadero dios. Que nuestro cuerpo adorado y embellecido con bótox, cirugías, implantes, gimnasios … pase a ser tras la muerte alimento maloliente de gusanos resulta insoportable e inasumible para la seudorreligión del culto al cuerpo. Cierto que lo de ser quemado tiene también lo suyo y puede provocar horror, pero es una alternativa rápida, inodora, limpia y se supone que indolora, lo que es fundamental, pues el dolor es tabú para la mentalidad cuerpocéntrica y hedonista, y todo esto hace a la incineración menos rechazable que la inhumación. Pero seguramente, lo que preferiría nuestro culto al cuerpo sería su evaporación mágica, su transformación súbita en un aroma agradable. ¡Qué bonito! Ése podría ser su final feliz.

Por otra parte, desde el “dondequiera” se está cerca del ateo “sigue existiendo en nuestra memoria”, la engañosa inmortalidad en el recuerdo, la nada que aparenta ser algo. El “dondequiera” pasa a ser ahí la mente de los otros. Y el posible juicio de estas mentes efímeras sobre la vida del difunto, un sucedáneo del juicio divino. Es un poco necio no admitir el juicio divino pero pasarse la vida pendiente del juicio de los demás y sometidos a él. Cierto que es razonable y justo que la vida de un ser con conciencia moral acabe siendo juzgada, pero no por unos jueces parciales y falibles. El Maestro dijo que estemos preparados para el juicio verdadero, absoluto y definitivo. 

Feliz Navidad.