Opinión

Máscaras, carnaval, cuaresma

El cuadro de Brueghel ”El combate entre don Carnal y doña Cuaresma” muestra la contradicción entre el uno y la otra: en su parte izquierda y en el centro, una caótica multitud se entrega a la juerga, al exceso, al desenfreno. A la derecha, un grupo pequeño de personas (entre ellas unas monjas) sale de una iglesia y pasa totalmente del carnaval. Tenía razón Brueghel, es inconcebible que alguien profundamente religioso se entregue al carnaval. Hace falta ser en parte religioso y en parte o en todo pagano y mundano. O también, en parte racional y en parte irracional o muy irracional. Sócrates, Platón, Aristóteles ... Descartes, Pascal, Leibniz, Kant …, todos muy racionales, tampoco habrían podido participar en un carnaval. También hace falta una dosis alta de ingenuidad, como la de esos aldeanos de Brueghel, para hacerse la ilusión de que basta ponerse una máscara para cambiar de identidad. O hace falta ser joven, tener una personalidad aún no muy definida, ambigua. A un adulto o a un viejo con un Yo firmemente establecido le ha de parecer absurdo ocultar su Yo y aparentar que adquiere uno nuevo.

También resulta difícil entender el paso del carnaval a la cuaresma, cómo podían sinceramente hacer penitencia, mortificarse, rezar etc. después de haberse dedicado al desenfreno, a la transgresión, a la gula, a la lujuria, al pecado y al trastocamiento del orden social. Quizás el hecho de ocultar la propia identidad tras los disfraces (el pecado era secreto y el Yo pecador quedaba así solo ante Dios) ayudaba a dar ese paso. Y ayudaban el rito de la ceniza y el impactante “acuérdate de que eres polvo y en polvo te convertirás”. Hoy la Iglesia light está sustituyendo esa fórmula potente por otra más light.

¿Por qué en lo anterior esos tiempos verbales en pasado? Porque hoy no hay propiamente carnaval. No es carnaval lo que se hace ahora en Auritz, Lanz, Ituren o Alsasua. Hay allí, sí, disfraces aparatosos, pero los ahora disfrazados para nada creen en lo que creían los que los inventaron. Además, en estos “carnavales” falta algo esencial: la espontaneidad, la autenticidad. Simplemente en ellos se representa algo que ocurrió en el pasado. No hay gran diferencia entre eso y por ejemplo la representación que se hace en Abárzuza de una batalla entre carlistas y liberales en la que murió el general Concha. También en la falsa batalla hay disfraces (de carlistas y de liberales), y tampoco se cree en lo que creían los protagonistas de lo que se representa, ni hay espontaneidad, ni es carnaval.

A los nacionalistas vascos les entusiasma recuperar o inventar tradiciones. Cuanto más antiguas, más orgullosos de ellas suelen estar. Sin embargo, en este caso, los personajes que forman parte de esos “carnavales” no nos permiten estar muy orgullosos al menos del buen gusto de nuestros antepasados.

Tampoco es carnaval la Nochevieja en Pamplona, en la que grupos de jóvenes se echan a la calle con idéntico disfraz cada grupo. No suelen ocultar su identidad, y los disfraces son ahí simplemente una diversión más entre otras de la noche. Y no hay diferencias importantes entre esa noche y una noche cualquiera de viernes. Ni la hay con lo que ahora son los carnavales en muchos pueblos de Navarra. Quizás los del pasado eran excepcionalmente excesivos porque la vida era muy dura, apenas había otros festejos, y a continuación venía la cuaresma. Para la actual sociedad descreída no hay cuaresma, y si hay dos polos opuestos vinculados y falla uno, no es raro que falle el otro.

De los disfraces con los que se entontece desde hace poco aquí a los críos en Halloween, mejor no hablar. La España gregaria, dócil y sin personalidad propia hace suyo sumisamente todo lo yanki: el black friday, la visera, Halloween, lo que sea.

Hay entre nosotros, sin embargo, un evento que recuerda bastante al cuadro de Brueghel. Aunque no se diga que son carnavales, los sanfermines lo son cuando los que se ponen el disfraz blanco y rojo, aunque no oculten su identidad tras una máscara, sustituyen su Yo habitual, serio, ordenado, respetuoso con el orden social etc., por otro Yo juerguista, desinhibido, transgresor y dado a los excesos. Suelen protagonizar escenas (las peñas en las corridas, por ejemplo) parecidas a las de la parte izquierda del cuadro de Brueghel. Hay también una minoría (los muy religiosos, los muy racionales y los del Yo firme) similar a la de la parte derecha, cuya vida no cambia durante los famosos días. Y hay además un tercer grupo que no aparece en Brueghel: los que se ponen el disfraz blanquirrojo pero se dan poco o nada al exceso y a la transgresión. Extraño híbrido.

Nuestro carnaval sanferminero no va seguido de cuaresma. Si se instaurase una el quince de julio, pasarían de ella (como pasan de la de primavera) muchos de los que estarían en el cuadro de Brueghel a la izquierda. O todos. Vivir sin Dios, sin sentido de pecado, de culpa.