Opinión

Los idus de marzo

Los griegos del siglo V a.C. habían inventado el ostracismo, un sistema para salvaguardar la democracia, para protegerla de personalidades en las que vieran un peligro de tiranía. En una votación, los ciudadanos ponían en un trozo de cerámica el nombre del personaje poderoso al que considerasen como un potencial tirano, como un peligro para el Estado democrático. El condenado al ostracismo tenía que abandonar Atenas en el plazo de diez días y permanecer en el exilio durante diez años. En teoría era un buen sistema: un mecanismo incruento, civilizado y relativamente moderado de defensa del Estado, porque los condenados al exilio no perdían sus bienes, pero sí su derecho a participar en la política de Atenas durante un decenio.

Los antiguos romanos copiaron muchas cosas de los griegos, pero no el ostracismo. Hubo un momento en el que personalidades notables de la república romana vieron en Julio César un peligro para la República. Temieron que se proclamase Rey y creyeron que su deber ciudadano era impedirlo. Organizaron un complot y el 15 de marzo (fiesta de los idus de marzo) del año 44 a.C. asesinaron a puñaladas a César en el Senado. Los asesinos eran senadores, patriotas convencidos de hacer lo que debían por el bien de Roma. Algunos, muy próximos a César: Bruto, Casio, Casca ... Su método para librar del peligro a Roma fue menos civilizado y eficaz que el ostracismo. Fue sangriento y acabó saliéndoles a los conjurados el tiro por la culata, porque se formó un triunvirato entre Marco Aurelio, Augusto y Lépido, Bruto y Casio fueron derrotados en la batalla de Filipos. Los derrotados acabaron suicidándose. Y el final de ese proceso fue el contario del pretendido: Octavio Augusto se proclamó emperador, con lo que la República romana desapareció para siempre.

Un episodio tan potente y trágico como este del magnicidio de César inspiró a Shakespeare y a Thornton Wilder a escribir sendas obras geniales: “Julio César” y “Los idus de marzo”, una tragedia y una recreación de aquel mundo en base a supuestas epístolas. Las dos excelentes, aunque superior la tragedia. 

También el episodio podría o debería inspirar algo en relación con nuestra actual situación. Cierto que Pedro Sánchez no es Julio César. No le llega a a la altura del zapato (y no digamos Chivite), pero miente y hace trampas siempre que le conviene, intenta acabar con la separación de poderes y adulterar la democracia, gobierna con defensores del terrorismo y con los que quieren acabar con España, intenta jibarizar y en última instancia anular a la monarquía etc. etc. No hace falta por tanto gastar tiempo ni fuerzas en mostrar que es un peligro para la nación, para la democracia, para la monarquía constitucional. Por bastante menos que todo eso, Bruto y Casio hicieron lo que hicieron.

Como los romanos, tampoco nosotros tenemos la institución del ostracismo para convocar una especie de referéndum y echar del poder al peligro público y mandarlo al exilio. Emplear el mismo método de Bruto y Casio sería cruento, traumático, y quizás acabaría tan mal como el de los idus de marzo del 44 a.C. Si hubiera Brutos y Casios incruentos en el PSOE (barones o personalidades de peso suficientemente patriotas) podrían hacer algo parecido a lo que hicieron en la ejecutiva de 2016 en la que echaron a Sánchez de la Secretaría General del PSOE. No parece haberlos, y si nada de esto ocurre, tendremos que esperar a las elecciones generales. Pero hasta entonces puede causar muchos nuevos y graves males. Y además es un demagogo sin escrúpulos, y ya se sabe que la especialidad del demagogo es engañar al pueblo.