Opinión

Lealtades navarras

Importante asunto el de nuestra lealtad y fidelidad. Entremos en él con un ejemplo relativo a gentes que pasaban medio año en la Bardena: la Junta del Valle de Roncal solicitaba en 1797 (recogido por Florencio Idoate en “La Comunidad del Valle de Roncal”) que se le concediera añadir al escudo del Valle un castillo y un lebrel por su aportación en la guerra contra la Convención. Si pedían un lebrel, es que se consideraban fieles y leales, pues eso simboliza. Lo confirma el argumento de su petición: “Que, desde los más remotos tiempos, se han distinguido sus habitantes (del Valle) por los memorables servicios que han hecho en defensa de sus soberanos y de la Religion”. En cuanto a lo de su defensa de los soberanos -a su lealtad-, le gustaría al nacionalismo vasco decirnos que se referían sólo a los soberanos de Navarra hasta 1512, fecha de su anexión a España. Pero mentiría si lo dijera, pues los roncaleses añadían lo siguiente: “en la época en que se unió el Reino de Navarra al de Castilla, era tanta la fama de su (del Valle) nombradía, que el Duque de Alba le honro al valle con la particular distincion de recibir separadamente su obediencia y omenage en la villa de Burguete, a 3 de septiembre de 1512. Con este solemne acto, pasaron los roncaleses su inalterable fidelidad a los nuevos soberanos” (sic). O sea que en cuanto el duque de Alba les garantizó sus derechos, pasaron a ser fieles a Fernando el Católico y a España y así siguieron durante siglos. No hubo en ellos nada del actual lloriqueo abertzale por la anexión de Navarra a España. Según esto, los que se parezcan hoy a los suyos (“el que a los suyos parece, honra merece”) serán leales al Rey y a lo que él simboliza, a España. Serán navarros y españoles. Si se dejan embaucar por las manipulaciones nacionalistas de la historia y se vuelven antiespañoles, no se parecrán a los suyos, no serán fieles a su historia. Y sobrará el lebrel en el escudo. 

En cuanto a la fidelidad a la religión de la que presumían los antiguos roncaleses, en buena parte ha desaparecido, ahí y en toda Navarra. Lamentable.

Más: hablaban en ese Valle un dialecto vasco propio que en cierto momento no les resultó útil como instrumento de comunicación en su trato con los riberos (trashumancia), ni con los zaragozanos o tortosinos (almadías), ni con el Este (Ansó) ni con el Sur (Salvatierra), ni para esa solicitud del escudo etc. Parece que lo fueron dejando de usar y murió, que optaron por el idioma que les abría al mundo. La paranoia dirá que no fue muerte natural sino asesinato, pero -es un ejemplo significativo- al dedicarles el frontón en 1889, Gayarre puso “Julián Gayarre a sus paisanos”. No en euskera, lo que sugiere que hubo muerte natural (si hubiera sufrido represión lingüística, Gayarre se habría rebelado). Todo es mortal. Hoy, en un sucedáneo de resurrección del difunto idioma, se introduce el batúa, un sucedáneo del auténtico dialecto. El nacionalismo vasco ve al sucedáneo como un instrumento de adquisición de una supuesta identidad superior y de un derecho (falso) a la independencia. Poco parecido a los suyos hay en eso, y bastante autoengaño.

Lo anterior es extrapolable a Navarra, incluido lo de 1512 tras los perdones de Carlos I a los agramonteses, que pasaron a ser leales súbditos del emperador. Hoy, muchos entusiastas del batúa aceptan las falsedades históricas del nacionalismo vasco y no son fieles a sus antepasados por ejemplo carlistas, ni a su historia ni a España. No se parecen a los suyos al poner el idioma al servicio de un proyecto político desleal. Exigen continuas cesiones a cambio de dar el poder, ahora al hambriento PSN: que el euskera puntúe para copar la Administración, que no haya zonificación, que lo estudien todos. Más tarde, la inmersión lingüística a la catalana … Insaciables.