Opinión

El lado bueno de la barra

Muy buena la expresión “estar del lado bueno de la barra” que utiliza el protagonista de “La Caída” (diálogo de Albert Camus que transcurre en la barra de una taberna de Hamburgo) para decir que está satisfecho de sí mismo, que su vida es un éxito. Lo que ese personaje entiende por “lado bueno de la barra” se ve cuando cuenta a su interlocutor que ha vivido tratando de ser importante, a ser posible el centro del mundo; que su vida profesional, social y amorosa ha sido exitosa, y que está satisfecho; que ha sido egocéntrico, amoral, manipulador; que ha utilizado sin escrúpulos a hombres y mujeres en su propio beneficio, ha sido infiel e hipócrita, ha fingido hacer actos buenos para ser aplaudido etcétera. En resumen, una vida de farsante brillante y triunfador sin el menor planteamiento moral, encantado de conocerse, es en su caso estar en el lado bueno.

Quizás los humanos podemos dividirnos en dos clases: los que creen estar en el lado bueno de la barra y los que no. Creen, y están en el mismo lado que el protagonista de “La Caída”, los oportunistas, los que tienen pocos escrúpulos, los que se acercan al sol que más calienta, los que van de triunfadores, los que se suben al carro de lo exitoso, a las modas, a lo políticamente correcto, a lo guay; los muchísimos cuya vida funciona en base a las estupideces “porque me lo merezco” y “no me arrepiento de nada” (todos ellos con su ego hinchado y satisfecho) ... Y nosotros a poco que nos descuidemos. Y seguramente no creen estar del lado bueno, aunque su lado sea mejor que el de los anteriores, los que no aspiran a ser importantes, quienes no han querido o no han podido triunfar en esos frentes, los que tienen líneas rojas que no traspasan para triunfar, quienes tienen una conciencia moral exigente, son autocríticos y ven las múltiples deficiencias de su vida, los insatisfechos consigo mismos etcétera. Y quien se tome en serio la parábola evangélica del fariseo y el publicano. 

Uno va leyendo “La Caída” y le viene a la cabeza Pedro Sánchez. Salvo en el rasgo de la fidelidad a Begoña, en los otros parece casi un gemelo del protagonista de “La Caída”: triunfador, satisfecho, egocéntrico, encantado de conocerse, manipulador, hipócrita, mentiroso etcétera. En su acción política, no se atisba señal alguna de líneas rojas, de escrúpulos morales, de autocrítica ... Merece estar a su lado en el que seguramente será para él también “lado bueno de la barra”.

Y sin duda creen estar también en el lado bueno de la barra y de la historia los que presumen de progresistas, ya sean políticos tipo Sánchez o Chivite o de a pie. Se les ve satisfechos, ufanos, instalados en una pose de superioridad (moral e intelectual) diferente pero paralela a la de los nacionalistas vascos y catalanes, como si estuvieran poseídos por una especie de “espíritu santo” no santo, sino laico o ateo, que actuase en la historia por medio de sus elegidos -ellos- y la llevase hacia metas mejores. ¿Que su gestión sanitaria y económica de la pandemia es de las peores? ¿Que el paro y las colas del hambre han aumentado enormemente? ¿Que gobiernan aliados con delincuentes condenados por la justicia? ¿Que ellos mismos han cometido ilegalidades contra la Constitución? ¿Que se alían con los que quieren destruir la nación? ¿Que …? Pues no pasa nada, hagan lo que hagan, calma porque dicen ser progresistas. Si no, la calle ardería. El timo de la estampita progresista tiene éxito aún entre muchos pardillos. Lo mismo que el de la estampita nacionalista. ¿Hasta cuándo?