Opinión

¿Cuestiones irrelevantes?

Semana Santa o más bien exSemana Santa. Lo santo está siendo eliminado, como en anteriores paraísos materialistas. El porcentaje de españoles que no cree en la resurrección parece estar en torno al 70%. Decadencia religiosa, origen de otras. 

Si ese 70% tiene razón y no resucitó, fue uno más igual a nosotros y es falso e irrelevante lo que hizo y dijo de sí mismo: que su vida era un “hágase Tu voluntad”, una entrega a la misión de anunciar el Reino de Dios y perdonarnos los pecados (sólo Dios perdona); que era Rey pero su reino no era de este mundo sino de otro sobrenatural (rehuyó el éxito mundano y no pretendió imponer su mensaje por la fuerza o la guerra “santa” como Mahoma); que era uno con el Padre (Dios); que era luz del mundo, camino, verdad y vida; que nos juzgará y nos pondrá a su derecha o a su izquierda; que a quien lo niegue, él lo negará ante su Padre celestial; que debemos rezar de cierta manera; que “se os dijo (por parte de Yahvé) peroYo os digo … (se igualó a Dios); que hizo milagros etc. 

Si no resucitó, era un mero hombre y equivocado, y equivocados estamos si creemos en él, en sus palabras y en su resurrección. Pero en tal caso nunca sabremos que hemos vivido en el errror, ni ese 70% sabrá que ha vivido en la verdad, pues tras la muerte seremos nada y nada sabremos.

Sí sabemos que estaba seguro de ser lo que dijo: “hablaba con autoridad”, y tan seguro estaba que, por mantenerlo, fue torturado y crucificado. Y esos suplicios no fueron algo inesperado, sino que previó lo que se le venía encima. Pudo pues haberse librado por ejemplo cruzando el río Jordán y empezando una nueva vida fuera de Galilea y de Judea renunciando a esas pretensiones sobrehumanas que le hacían aparecer como un loco para algunos y como un blasfemo y un falso profeta para las autoridades religiosas, que lo condenaron precisamente por eso, por hacerse igual a Dios, por falso profeta y blasfemo. Pudo seguir viviendo reconociendo ser un mero hombre, pero se mantuvo fiel a su misión. Aceptó ser despreciado, humillado, azotado, golpeado y crucificado por dar testimonio de que lo que había dicho era verdad (“para esto he venido -dijo-, para dar testimonio de la verdad”). ¿Quién, pudiendo haberlo evitado, aceptaría pasar por algo así? Si en última instancia lo hizo por nosotros, ¿qué deuda tenemos con él?

Por el contrario, si resucitó y lo negamos y pasamos de él en nuestra vida, habremos seguido un camino equivocado y tras la muerte sabremos nuestro error y fracaso, pues seremos (no seremos nada como en el otro caso) y sabremos, y tendremos que cargar con ese peso y sus consecuencias. Y a la inversa, sabremos que hemos vivido en la verdad si hemos creído en él.

En vida pocos le creyeron, y esos pocos lo abandonaron e incluso negaron conocerlo para salvar sus vidas cuando vieron venir la condena. Una vez muerto, los que antes le habían creído no creyeron lo que unas mujeres empezaron a decir: que lo habían visto vivo y les había hablado, que había resucitado. Sin embargo, al poco esos mismos que le habían abandonado y negado por salvar sus vidas pasaron a ponerlas en peligro y finalmente a perderlas proclamando “lo que hemos visto, lo que hemos tocado”: que el que había pasado haciendo el bien había resucitado. ¿Por qué ese cambio radical? Nada en su ambiente les empujaba además a pensar en resurrecciones. 

Lo que hemos visto, lo que hemos tocado” no es “lo que hemos imaginado” ni “las alucinaciones que hemos tenido”. Estaban tan seguros de la resurrección que también ellos sufrieron torturas y muertes muy dolorosas por dar testimonio de que decían era verdad. Como en el caso del Maestro, sufrir tormentos y una muerte horrible por algo a sabiendas de que era falso no es verosímil ni creíble. 

Y parecido por un autoengaño. No parece que fueran crédulos ilusos. Uno de ellos dejó escrito que si no había resucitado, “vana es nuestra fe … somos los más desventurados de los hombres … comamos y bebamos ...” (se ha visto que más desventurados serán los que, si resucitó, no creen en él). Pero ese mismo no se dedicó a comer y a beber sino a proclamar la resurrección y murió mártir por testificar esa verdad. 

Los mentirosos, egocéntricos y amorales (Pedro Sánchez y otros) no son creíbles, no son de fiar. Benedicto XVI, el cardenal Sarah, san Juan Pablo II, san Maximiliano Kolbe, santa Teresa de Calcuta, santa Edith Stein y otros, todos próximos a nosotros en el tiempo, no han sido mentirosos, han vivido buscando y tratando de decir la verdad y de hacer el bien. Tampoco han sido egocéntricos ni amorales, todo lo contrario. Son creíbles y de fiar. 

A partir de estos próximos podemos ir hacia atrás en el tiempo a través de una cadena de santos tan de fiar como ellos, que han ido transmitiéndose los unos a los siguientes el mensaje de salvación hasta llegar a nosotros. Llegaríamos así al segundo eslabón, ocupado por su madre, unas mujeres, Simón-Pedro y diez más que dieron su vida por testificar lo que habían “visto y tocado”; y finalmente al origen y causa de esa cadena de vidas admirabes. Origen más admirable, fiable y creíble que todos los santos posteriores (y que nosotros, ni te cuento; pero en nuestra mano está formar parte de esa cadena y transmitir el mensaje, o no), pues éstos lo han sido al tratar de imitar su vida. 

Difícil o imposible hacerse una idea clara de él: misterio. El Maestro buscaba el silencio y la soledad para pensar y rezar. Para pensar y decidir nosotros sobre estas cuestiones nada irrelevantes, lo más adecuado parece también el silencio y la soledad, como si estuviésemos en la hora de la muerte; algo que nuestro paraíso materialista no estimula y para lo que ese 70% del principio es probablemente poco capaz.

Uno se acuerda de las “Pasiones” según San Mateo y según San Juan de J.S. Bach o de “El Mesías” de Haendel. No existirían si Bach y Haendel hubieran pertenecido a ese 70%. Pueden ayudar. Ningún mero hombre puede inspirar y merecer algo tan sublime, tan grandioso, tan hermoso. Tendrían que figurar, entre otras, en un posible libro o capítulo de libro que se titulase “Pruebas de la verdad del cristianismo”.