Opinión

Mirando al suelo

Estos días nuestros agricultores se afanan con sus tractores en borrar las cicatrices, en forma de inmensos surcos, que dejaron las tormentas en sus campos.
Imagen tomada en Cascante tras la tormenta del pasado 21 de junio
photo_camera Imagen tomada en Cascante tras la tormenta del pasado 21 de junio

Hace unos pocos días, tras las fuertes tormentas de mediados de junio, los ribereños veíamos con asombro el rio Ebro teñirse de color chocolate. Por desgracia no se trata de ningún fenómeno natural, sino que es el reflejo de nuestro fracaso en la gestión del territorio. Muchas personas observaban con curiosidad el colorido acontecimiento sin ser conscientes de la gravedad de lo que pasaba ante sus ojos.

La erosión y perdida de materia orgánica del suelo es probablemente el mayor problema al que se enfrenta la Ribera de Navarra y al que sin embargo no prestamos ninguna atención. El suelo es un recurso prácticamente no renovable, que en ciertas condiciones puede degradarse rápidamente y, por el contrario, tarda siglos en formarse. Tanto en terrenos agrícolas, como en espacios naturales, hemos desprovisto al suelo su estructura natural de vegetación, hongos, líquenes y materia orgánica que lo protegen de la erosión.

Estos días nuestros agricultores se afanan con sus tractores en borrar las cicatrices, en forma de inmensos surcos, que dejaron las tormentas en sus campos. Pero el año que viene volverán a empapar sus barbechos en purines y pasar los arados con vertederas justo antes del periodo de tormentas. En ningún caso los purines pueden compensar la perdida de nutrientes y minerales que sufren sus campos por la erosión. Año tras año las cosechas son más pobres y muchos campos acaban convirtiéndose en eriales abandonados por su nula productividad.

La agricultura tradicional, especialmente desde el aumento de la mecanización, ha sido terriblemente perjudicial para nuestros suelos. Frente a estos modelos ya fracasados, la agricultura regenerativa plantea restaurar la fertilidad y biodiversidad de la tierra, promueven que el suelo alberge una gran cantidad de vida y materia orgánica y que sea capaz de producir alimentos utilizando los recursos propios de la naturaleza.

La propiedad del terreno nos puede otorgar el derecho a utilizarlo, pero no a degradarlo. La agricultura regenerativa no deberia ser una opción, sino una obligación. La administración, a todos los niveles, deberia tomar cartas en el asusto para forzar una reconversión profunda en las técnicas agrícolas. Nuestros ayuntamientos tienen la capacidad para hacerla obligatoria en nuevas adjudicaciones del usufructo de terrenos comunales.

Si nos fijamos en la gestión de los espacios naturales la situación es igualmente preocupante. En los últimos años se ha impuesto en el Departamento de Medioambiente una cultura arboricida. Presionados por el sector maderero, cualquier excusa es buena para autorizar matarrrasas o extracciones mecanizadas de árboles. Los incendios de Arguedas y Valtierra nos enseñan que el clareo realizado hace unos años fue absolutamente ineficaz para frenar el fuego. Una gestión forestal centrada en la mejora del suelo, probablemente tampoco hubiera impedido el incendio, pero al menos la recuperación posterior hubiese sido mucho más rápida. Una correcta gestión de las reforestaciones de pinos carrascos enfocada a la mejora del suelo, debe utilizar la madera de pequeños clareos periódicos sin saca para estructurar el suelo, y aumentar exponencialmente la biodiversidad.

Los últimos meses hemos visto como las nubes parecían deshacerse cuando se acercaba a nuestra comarca. Sin suelos capaces de absorber humedad y transpirar se rompe el ciclo del agua. Debemos de gestionar el territorio poniendo el foco en la protección del suelo. Convertir todos nuestros suelos en sumideros de CO2 para luchar eficazmente contra el cambio climático y paliar sus efectos.