Opinión

Tregua

Vivimos en un mundo normalizado y regulado que, en ese supuesto nirvana utópico que nos venden, es cuasi perfecto: Todo es maravilloso.

Cuanto comemos, bebemos, compramos, alquilamos, heredamos, prestamos, hipotecamos... ¡todo!, está regido por unas leyes que, clara y teóricamente, determinan lo que se puede o debe hacer en pro del bien común.

Desde un punto de vista jurídico, lo tenemos muy fácil porque los supuestos controles del sistema al propio sistema son infalibles.

Sin embargo, algo tan elemental como el aire que respiramos circula impunemente y sin un control accesible para el ciudadano porque los principios que obligan a cada uno, no son reglas aplicables y punibles para el Estado.