Opinión

Sanyo, crónica de una muerte anunciada

Asistimos al final de Sanyo Tudela, al epílogo de la crónica de una agonía a la que se intentó aliviar en mayo del año pasado, con la puesta en marcha de la fabricación de televisores y pantallas LCD. A pesar de este intento, delator de que las cosas no marchaban bien, a muchos trabajadores, aunque parezca increíble, la decisión de los japoneses les ha pillado por sorpresa y les deja en una situación difícil: con una edad ni para jubilarse ni para encontrar un empleo acorde a su formación (bastante escasa para afrontar otro tipo de empleos, en la mayoría de los casos).

Los empleados de Sanyo tienen derecho ahora a su particular duelo y a las lamentaciones, y a que el Gobierno de Navarra diseñe sendos planes industrial y social que garanticen la recolocación de estas personas y una compensación económica y moral. Por su parte, Miguel Sanz ha anunciado que su Gobierno se reunirá con los representantes de la empresa esta misma semana para pedirles una “actitud positiva” tanto con los trabajadores afectados como para poner en marcha otra actividad en Tudela. Mientras, se apaga la llama de un candil que durante varias décadas ha alumbrado a buena parte de la economía de la Ribera. Por suerte, nuestro tejido industrial autóctono de pequeñas y medianas empresas es fuerte y en él se ha diversificado el empleo. Y el Ejecutivo debe tener ésto en cuenta y ofrecerle más apoyo. Los gigantes también caen.