Opinión

Reflexiones en el Día Internacional de la Familia

He tenido ocasión de escribir en otras ocasiones sobre temas relacionados con mi actividad en el entorno profesional-empresarial, aunque no sobre temas de otra índole. No obstante, me animo a dar el paso porque creo que debemos mirar a nuestro alrededor, alertar sobre situaciones y recordar la necesidad de la consolidación y pervivencia de los valores.

No sé si este artículo puede despertar algo de interés pero, pese a ello, creo que siempre es bueno, necesario en los tiempos que corren, recordar y mantener actuales determinados pilares o aspectos básicos de nuestra existencia que la rutina y el exigente y estresante ritmo de la sociedad en la que vivimos nos hace tener adormecidos o aparcados, convirtiéndose en presa de influencias, cambios o adaptaciones, por quienes se sienten con el derecho a llevarlas a cabo. En otros casos, lejos de prestarles atención, están sumidos en el olvido más profundo, quizá también porque se considere que es la mejor forma de amoldarlos a situaciones de conveniencia.

La familia, la de verdad, la de siempre, no es una excepción. Aunque ha sufrido transformaciones importantes -ha reducido su tamaño medio, los jóvenes contraen matrimonio cada vez más tarde, la edad media en que se tiene el primer hijo se ha elevado, ha aumentado la edad de los mayores que nos han precedido, a quienes desde aquí lanzo un mensaje de reconocimiento a su gran labor-, hay que seguir recordando que es la unidad básica de la organización social, donde se forman y relacionan inicialmente los seres humanos, el espacio donde los niños desarrollan su inteligencia emocional, su capacidad crítico-creativa, espacio de privilegio para el desarrollo de las personas, pilar del tejido social y base estratégica para el desarrollo económico. Casi nada.

Debe ser la mejor fuerza contra la domesticación y el espíritu borreguil, manteniendo la escala de valores que permita decidir a los jóvenes por la tenacidad, ética, derecho a la vida, honestidad, sacrificio, civismo, compromiso, sentido a la vida, no indiferencia, etc. Valores que permitan apostar por el orden y la disciplina u oponerse a ellos, que permitan decidir entre ser indiferente al qué dirán o ser un esclavo del qué dirán. Ni más, ni menos.

Es un ente vivo, en continuo movimiento, que se renueva continuamente y al que se llega, conviene recordarlo, tras haber superado diferentes etapas en la vida de cada persona integrante de la misma: separación de su núcleo familiar original, primer encuentro con su pareja, llegada de los hijos, adolescencia, ‘re-encuentro’ de la pareja tras la marcha de los hijos y, finalmente, vejez, en la que, ante la cada vez más próxima marcha definitiva, la presencia de abuelos y nietos, pasado y futuro, se funden en el presente. Como se observa es un “mecanismo” en permanente movimiento, núcleo de la sociedad, que merece la consideración, reconocimiento, respeto y, sobre todo, el apoyo necesario. Desde nuestras respectivas atalayas o desde el papel que a cada uno nos corresponde en la sociedad, debemos intentarlo.

En una encuesta sobre Fecundidad, Familia y Valores se dice que “el 60% de las mujeres españolas afirma que tener hijos es un obstáculo para su vida profesional” y que “un 28% de las mujeres que han tenido hijos afirma que la crianza ha limitado sus oportunidades de promoción laboral”. Comprendo que las necesidades actuales obligan al trabajo para la obtención de recursos, pero no caigamos en la tentación de anteponer el trabajo a cualquier otra cosa. La situación económica actual, el incremento de la inseguridad laboral, la carestía de la vida en general y de la vivienda en particular (más de la mitad de los ingresos en buena parte de los hogares se dedican al pago de hipotecas) y por qué no decirlo, los posibles excesos consumistas, no facilitan, ni mucho menos, concentrarnos en no olvidar que la familia es la célula básica para el desarrollo futuro personal y social.