Opinión

Realidades Familiares

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En los últimos tiempos se viene teorizando de manera permanente sobre la familia, su evolución y capacidad de adaptación o no a los nuevos tiempos y formas de vida, su estructura, tamaño, tipología, etc. También se ponen de manifiesto sus debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades. Conocemos casi en tiempo real los problemas que le afectan, los conflictos por los que atraviesa y decidimos por ley o real decreto las formas del vínculo entre los cónyuges, las rupturas de ese vínculo con o sin explicaciones, si la vida incipiente ha de llegar a buen puerto o no y así podríamos seguir un buen rato.

Pero hay otras realidades de las que se conoce poco porque el bien, las actitudes solidarias o el adecuado cumplimiento de las funciones familiares no suelen ser noticia. Acerca de ellas quiero reflexionar en una fecha tan señalada como es el Día Internacional de la Familia.

En algunas de nuestras familias nos podemos encontrar con que no sólo se es padre y madre de los propios hijos e hijas, sino también de los ajenos. Es el ejercicio de la generosidad que les lleva a integrar en la propia familia, como uno más entre sus propios hijos, a aquellos niños o niñas que necesitan ser cuidados, atendidos y queridos por otro padre y otra madre distintos de los suyos biológicos.

Son muchas, casi un millar de familias navarras que en los últimos años han llegado a cruzar el mundo para ofrecerse como padres a menores, sin familia y susceptibles de ser adoptados. Es la realidad de la adopción.

Otras, apenas doscientas y sin salir de Navarra, han acogido de forma temporal a otros tantos niños y niñas cuyas difíciles circunstancias familiares les han hecho inviable la vida con sus padres y madres biológicos. Es la realidad del acogimiento familiar por parte de familias ajenas a esos menores y cuyo testimonio recogía recientemente un magnífico reportaje de una cadena de televisión navarra. Es a esta última realidad a la que dedico de forma especial mi reflexión.

En ocasiones las familias viven situaciones enormemente complejas y generadoras de conflictos, que ponen a sus hijos pequeños en desprotección o en riesgo de estarlo. Enfermedades mentales, problemas de consumos, fuertes carencias para el ejercicio de las responsabilidades parentales o procesos de separación y/o divorcio altamente conflictivos llegan a generar malos tratos, abusos, abandonos o negligencias en el cuidado y atención que los menores requieren.

Para estos menores, en edades inferiores a los 10 años y en ausencia de familia extensa (abuelos, tíos, etc), es mucho más conveniente un espacio familiar diferente que un centro residencial, mientras en su familia de origen se resuelven (si ello es posible), los problemas que han generado tales situaciones.

Y ahí tenemos de nuevo la realidad de la familia, la de esos otros padres y madres que quieren constituirse en familia acogedora y ser la oportunidad que niños y niñas en desprotección necesitan. Integran en su vida a un nuevo hijo con la particularidad de que, quizá, en un medio o largo plazo, habrán de devolverlo a su familia de origen.

En el camino vital lo atenderán, lo cuidarán, lo querrán y le enseñarán a querer, lo prepararán para la vida como hacen con sus propios hijos, pero con la interferencia periódica de quienes, primero, los han valorado como idóneos y, después, han de velar para que ese acogimiento funcione de la mejor manera posible y sea la garantía de estar defendiendo el superior interés de ese niño o niña.