Opinión

Jesús Lezaun y la Defensa del Patrimonio Navarro

Jesús Lezaun (Arizala, 1925 - Iruñea 2010), en Navarra, apenas necesita presentación. Las semblanzas de sus 84 años de vida comenzaron a las horas de su fallecimiento, el pasado 15 de enero, y seguramente proseguirán. Con todo merecimiento, por cierto, pues los bien definidos rasgos de su rica personalidad no le permitieron pasar desapercibido, y su autoridad moral e intelectual de cristiano comprometido, como ciudadano y como Teólogo, fue ampliamente reconocida y, por supuesto, controvertida.

No obstante, su mejor y más completa semblanza, nos la había hecho ya el propio Jesús Lezaun pocos meses antes de su muerte –sin duda presentida- a través del trabajo de su amigo Cástor Olcoz (“Jesús Lezaun. La afonía de Ezequiel”, Ed. Txalaparta, mayo 2009). Por otra parte, un miembro de la Plataforma de Defensa del Patrimonio Navarro ya le glosó, a título personal, y derramó sobre el féretro de Jesús Lezaun sus íntimas y bien sentidas lágrimas ateas, lloradas con verbo recio, nítido, directo. Toda la Plataforma le debe a Lezaun más agradecimiento, memoria, cariño y respeto de lo que nuestras palabras alcanzan. Por ello –y a pesar de ello- Eskerrik asko, Jesús, bihotz bihotzetik!

Habitó Jesús Lezaun esta sufrida tierra suya y nuestra, durante unos años -¿y qué época no los ha tenido?- inequívocamente problemáticos en los dos ámbitos –“causas” decía él- que concitaron sus afanes, esperanzas y pasiones: el religioso-eclesiástico y el político. Así lo expresa él: “De una parte, la reforma total de la Iglesia – institución, mi amor y mi tormento; y de otra, la causa del pueblo vasco, tan macerado por todos, tan tardo, a veces” (obra citada, pág. 169).

Cuando alguna alteración de su buena salud general, le obligaba a una visita médica, le advertía al Doctor –para no perder tiempo en etiologías- que las causas de su padecimiento ya las tenía él mismo bien localizadas: la deriva de la Iglesia institucional, y su amada Euskal Herria. De ahí su “confieso que he sufrido”.

No es, pues, de extrañar, que al enterarse de la rapiña desplegada por el Arzobispado con las 1.087 inmatriculaciones de bienes inmuebles de todo tipo –no solo religiosos- clamase contra semejante expolio y aprestase su pluma para disipar, con la luz del Evangelio, las tinieblas de tan turbio proceder. Iglesia institucional y pueblo, sus dos pasiones vitales, lacerándole el corazón y ofendiendo a su lúcida mente: La primera, la Iglesia, en abierta contradicción con el Jesús evangélico; el otro, el pueblo, desposeído arteramente por aquélla de sus bienes patrimoniales. La gravedad del asunto era evidente y había que despertar conciencias inmediatamente.

“No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc. 16, 13) tituló el artículo que figura en el libro publicado por la Plataforma de Defensa del Patrimonio Navarro, “ESCANDALO MONUMENTAL” (Ed. Altaffailla, nov. 2009). En un amplio recorrido de citas evangélicas, Lezaun hace resonar la voz de Jesús de Nazaret interpelando al Arzobispado de Iruñea. Pasajes evangélicos y doctrina de los Santos Padres en el Cristianismo primitivo, jalonan el mensaje profético, ignorado y, a la vez, vilipendiado en las inmatriculaciones. Denuncia, al mismo tiempo, el perjuicio de “un hecho a todas luces escandaloso que conmoverá a demasiadas conciencias y, sin duda, a muchas apartará de su fe, si no se remedia”. Por otra parte, Jesús Lezaun manifiesta el sinsentido de orden económico que supone tener que “sostener su inmenso tinglado inmobiliario”, ya que la Iglesia “no esperará ahora que la gente le vaya a ayudar”.

Finalmente, Jesús Lezaun hace una reflexión teológica: la de la Iglesia como Pueblo de Dios, según definición del Concilio Vaticano II que retomaba una denominación antigua, en búsqueda de una mayor actividad y participación de los fieles. No hubo forma. Contraviniendo principios establecidos por algún Santo Padre, el Papa Juan Pablo II corrigió o arrumbó esta definición del Concilio antes de que se desarrollase y diese frutos fecundos de apertura democrática eclesial, más en sintonía con el mundo actual “y no tan ajena y contrapuesta a él”. Se hubiera visto a unos fieles más participativos, más activos en la Iglesia, miembros del Pueblo de Dios. En cambio, añadimos nosotros, ahora esos fieles han sido ignorados, ninguneados y desposeídos de su patrimonio de toda la vida.