Opinión

¡Fuera capas!

Estamos hartos de oír lo peligroso de las dietas milagro, sus daños colaterales, efectos rebote y un largo etcétera de perjuicios para la salud, pero cuando se acerca la época de despojarnos de las capas de cebolla del invierno y lucir palmito en playas y piscinas, a todos a los que nos sobran kilos se nos ocurre probar con las fórmulas que nos prometen el oro y el moro en muy poco tiempo. El objetivo es ir desprendiéndonos de esa molesta grasilla sin pasar hambre y de forma rápida. Todo un error, a decir de los expertos y comprobado en carne propia.

Gastarse un dinero en la consulta de un médico que, se supone, te ofrece total garantía, es la mejor opción para deshacerse de los michelines y de los pseudopiropos de tu hijo, que se empeña en llamarte “culo gordo” para hacerse el graciosillo.

Muchos estamos hartos de privarnos de alimentos que, tomados con moderación, pueden formar parte perfectamente de una dieta equilibrada. Las restricciones drásticas son peligrosas y un buen día te llevan, como un sonámbulo sin voluntad, a asaltar con alevosía y nocturnidad el frigorífico para darte un atracón, tirar por tierra la dieta y tener la mejor excusa para seguir con el pecado gastronómico.

Como todo (léase por ejemplo la adicción al tabaco), esto del comer descontroladamente y sin equilibrio, tiene su sede en la cabeza, es psicológico. Y con la ayuda de un buen dietista, y un poco de fuerza de voluntad, se puede llegar a controlar.