Opinión

Eventos y celebraciones

Se acaba el mes de las flores y, con él, la época de los infinitos compromisos gratuitos, esas citas sordas...

Se acabará con junio un periodo del año, un ciclo, en el que familia, amigos y conocidos te sorprenden con invitaciones y solemnes actos que te llevan a la Iglesia y al comedor, a la fiesta y a la obligada diversión, en las que te hacen engalanarte e incluso encorbatarte para asistir a bodas, bautizos, comuniones y un sinfín de aburridos eventos sociales que, en la mayor parte de los casos, no tienen otro fin que el de figurar e, hipócritamente, lucir jóvenes vírgenes comulgantas, neonatos aguachinados o cualesquiera otra ocurrencia de esas que, públicamente, se ha convertido ha en una cuasi obligatoria cita convencional y formal.

Aficionados al chipichusqui trivial, ¿no ven que ante estas cosas un ateo recalcitrante entiende la invitación cuan moderna emboscada?, coartada social, que en estos tiempos es peor que una enfermedad: Debes aceptar ¡porque sí! y acudir como humilde monaguillo del paripé.

¿No ven los feligreses de la Santa Iglesia Apostólica y Romana que su honor y su gloria algunos la entienden como una obligada afrenta? No niego ni el pan ni la sal a la voluntad de esas parejas, progenitores y compañeros de fatigas que te invitan a mil insípidos asuntos, pero, ¿no se les podría ocurrir que hay personas que prefieren otras charangas? Mariano