Opinión

En recuerdo del poeta Alberto Pelairea

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En abril de 1939, en plena primavera, recién acabadas las fiestas oficiales por el fin de la guerra, fallecía en Fitero Alberto Pelairea, el poeta cantor de Navarra, Tudela y su Ribera. El día 17 se cumplirán 70 años.

Aunque nacido en Bilbao el 16 de mayo de 1878, ya que su padre ejercía como profesor de dibujo en el Instituto de la capital, se consideró siempre navarro, pues tenía a gala que en su sangre confluyera Montaña y Ribera. Roncalés era el padre, Calixto, y la madre, Rita Garbayo, tudelana. Pero si hilásemos más fino, encontraríamos dividida el alma entre Tudela y Fitero. En Tudela, residió en su niñez y mocedad; tudelanas eran su mujer y su madre y, a esta ciudad, dedicó una parte importante de su obra literaria. Fitero, donde pasó 31 años como administrador del Balneario, le caló tan hondo que quiso ser enterrado en el cementerio local.

Luis Gil Gómez, que lo conoció por los años treinta, lo describe así en el libro A Tudelanos notables contemporáneos:


“Por esta época era un hombre corpulento sin ser grueso, de estatura regular, cabellos grises, ojos inquisitivos tras los cristales de sus gafas, atento en extremo, bondadoso sin afectación y siempre cordial y comunicativo”.


Todos los testimonios coinciden que era también excelente conversador, tertuliano amenísimo, ribero ocurrente y hombre cuyo trato ayudaba a ser feliz. La revista PREGÓN, de Pamplona, en el número de Navidad de 1965, cuenta la anécdota de que siendo ya gerente de los Baños de Fitero, viajaba por Cataluña donde años antes había sido representante de diversos artículos. Como se encontrase con antiguos amigos y le preguntasen por su vida, el respondía: “Ahora me dedico a viajante de reuma...”.

Pero su faceta principal fue la de poeta. En sus tres vertientes: festiva, lírica y dramática. Escriben los que han estudiado su obra que estuvo influido por Rubén Darío y que en ella aparecen la metáfora colorista y la musicalidad. En los Juegos Florales de 1918, celebrados en el teatro Gayarre de Pamplona, ganó la Flor Natural y fue proclamado poeta de Navarra, por el poema titulado: NAVARRA. También obtuvo laureles fuera del viejo reino, como la poesía EL PILAR (1925), premiada en Zaragoza con presencia del Alfonso XIII.


Desde su juventud, Alberto Pelairea comenzó a publicar versos en los periódicos locales, El Anunciador Ibérico y El Ribereño Navarro, ambos de Tudela, firmando como Lodares, Acotolo y El gallo de la malena. Son poesías de tono festivo donde pasa revista a los asuntos del día a día. Tras ganar la Flor Natural, ya maduro, cambia de registro y amplía su pluma a publicaciones regionales como Diario de Navarra y La Voz de Navarra. Incluso, en el El Heraldo de Aragón encontramos interesantes publicaciones, entre ellas: La jota, Al Ebro, La mujer aragonesa, Oración al Moncayo, o La alpargata y el zorongo.



El momento culminante lo vivió en la década de 1920, estrenando obras de indudable éxito. Destacó el drama San Miguel de Aralar, donde combina el verso y la música, editado por la Diputación de Navarra en 1925. Por cierto, en él colaboraron dos tudelanos pues la música fue compuesta por Tomás Jiménez, canónigo y organista de la catedral, y la portada y viñetas por Joaquín Montoro Sagasti. Fueron muy populares también las zarzuelas que dedicó a Tudela, como La hija del santero (1924) y La tarde del Cristo (1925), estrenadas ambas con increíble aplauso en el desaparecido Teatro Novedades, situado en el Paseo de Invierno. Pronto le llegaron los homenajes. Primero el de Fitero, nombrándole en 1922 “Hijo Adoptivo” de la villa. Luego Tudela, que en abril de 1924 le rindió oficialmente un gran homenaje en el mismo teatro de sus éxitos. Fue allí, en el Novedades, donde el poeta, emocionado, leyó su poesía Mi gratitud, en la que recuerda con nostalgia su infancia y vivencias tudelanas.