Opinión

El sostén rojo del empoderamiento

Fue el miércoles cuando, al escuchar, sin quererlo, una conversación típica de cafetería en la que dado el día, se hablaba de la fiesta de la mujer y de las desigualdades y todas esas cosas, detecté en el ambiente un cierto resquemor, que casi se podía calificar de pique...

Los hombres de nuestra generación atendemos atónitos las reivindicaciones y quejas de ellas que, en muchas ocasiones, tienen raíces profundas en nuestra sociedad, y que se deben erradicar, -no lo dudo-, pero que ya están rozando la pedantería, cuando no el absurdo.

Todas esas etiquetas, inadecuadas, sin duda, se perciben en un día como ése en el que ellas reinan aún más, -si cabe-, y un sentimiento de culpa nos inunda: ¿Soy culpable? ¿De qué? Mientras ellas viven su celebración como bien les viene, no suponiendo suya, al parecer, la más reivindicativa, laboral y genérica de todo trabajador o persona activa que debiera ser el primero de mayo.

La iniciativa de El sostén rojo promovida en Méjico por algunas mujeres cansadas del típico macho, vago y pulpo, me parece coherente y necesaria, pero en aquella sociedad. Igualmente, aquí es justo e imprescindible el reparto de las tareas y hasta el ser consecuentes con que somos en el fifty-fifty, tan diferentes como necesarios, pero de ahí a hacer bandera del sostén y ley del equilibrio de fuerzas en el control de las cosas, -”empoderamiento” han dado en llamarlo-, va un rato.