Opinión

El Arte de la Guerra

Hemos conocido, a través de algún medio de comunicación, el contenido explícito del manual de instrucciones del candidato socialista, distribuido en la VI Convención municipal del partido. En él se dice que “cada campaña electoral es una guerra general y cada elección hay que diseñarla como una batalla”. De lo que hemos de entender que en cada municipio o comunidad autónoma tendrán que librar una batalla hasta conseguir la victoria electoral. Deducimos, con las graves consecuencias que conlleva, que los contrincantes políticos han dejado de ser adversarios para convertirse en enemigos. La utilización de términos militares es preocupante por el contenido que transmiten, impropio en una democracia consolidada ante la celebración de unos comicios electorales.

Es mucho más alarmante, si cabe, por cuanto quienes los utilizan han hecho del “no a la guerra” su bandera progresista. Han trasladado a la sociedad que el pacifista progre se identifica con la izquierda mientras que el centro-derecha es beligerante por naturaleza, nada más alejado de la realidad y a las pruebas me remito. Pero quien juega con fuego acaba quemándose y tanto ir el cántaro a la fuente al final se ha roto, para mostrarnos que su contenido sólo era un cúmulo de contradicciones. Animan a sus candidatos y afiliados a la lucha encarnizada contra la oposición mientras enarbolan el estandarte del pacifismo. Contradicción insalvable que les sitúa al lado del radicalismo y alejados de la moderación. ¿Dónde queda el respeto a otras ideas, base de la convivencia cívica, cuando, además, han manifestado en otros contextos su intención de crear un cordón sanitario para aislar al PP e incluso proponen su ilegalización? La misma contradicción que muestran gritando “no a la guerra” de Irak olvidándose de la de Afganistán, donde nuestros soldados están inmersos en una guerra real.

Los dirigentes socialistas han perdido completamente el norte y vuelven a las tesis marxistas sobre implantación de su ideología política. El arte de la guerra comporta la imposición al resto de los ciudadanos de sus concepciones sobre la sociedad y la democracia, considerando a quienes no las comparten enemigos del pueblo y, como tales, parecen justificar su aniquilación política. ¿Hay algo más antidemocrático? No contentos con esto, en el mismo manual instruyen a sus candidatos para que “se planteen como objetivo conquistar la mente de los electores”. Manipulación y adoctrinamiento, a base de consignas repetidas hasta la saciedad para hacerlas creíbles, que nos recuerda la propaganda de Goebbels.

Ese empeño en abrir viejas heridas, en dividir la nación en dos bloques enfrentados (las dos Españas de Machado), situándose al frente de uno de ellos como paladines del progresismo y utilizando todo tipo de calificativos irrespetuosos para descrédito de la otra España, donde sitúan a los detractores de sus ideas, no genera más que crispación y odio. Utilizan los conceptos de forma maniquea para encasillar a los individuos entre sus defensores y sus detractores, los buenos y los malos. Se olvidan que todo no es blanco o negro, que existen entre medio multitud de tonalidades y matices.