Opinión

Dimite y vencerás

En este país nuestro existe una norma no escrita mediante la que nadie dimite nunca. Ni de buena gana, ni forzado por las circunstancias, los hechos probados o la presión colectiva, por grave o determinante que sea la situación.

Por desgracia, como digo, no solemos ser testigos de una renuncia a un cargo o privilegio, por muchos desencuentros que el elemento en cuestión haya provocado. Más bien al contrario, soportamos estoicamente la indignidad que supone ver los estertores del decaimiento ajeno, la ignominia y el descrédito que son capaces de soportar algunos, antes que dar su brazo a torcer y dejar correr un agua que no moverá molino alguno.

Para colmo de males, más allá de la vergüenza pública que supone ver cómo impresentables caraduras de medio pelo se mantienen en sus puestos inmoralmente, tenemos que seguir pagándoles mientras llevan con una serenidad preocupante cualquier cosa que se diga o se sepa a ciencia cierta sobre ellos, manteniendo una sonrisa entre burlona y cínica en la cara.

Y, para postre, fruto de esa máxima clásica del divide y vencerás, las más de las veces somos testigos mudos de su posterior encumbramiento. ¡Qué pena! M.