No hay pueblo que se precie, que no incluya en su programa de fiestas, una de vacas bravas o de novillos, claro que los de mayor categoría llegan hasta los toros.
Lo de las vacas es un mal que puede convertirse en endémico, y en fatal desencadenamiento de dramáticas circunstancias, que pretendiendo ser una tarde de divertimento delante de ganado bravo, termina por
ser una drama para una familia y además un mal rato de fiestas para un pueblo.
Hombretones bebidos, o menos bebidos, que envalentonados por alcohol, o
pretendiendo hacerse más valientes que otros de su pueblo, porque así
quedan mejor, se plantan delante de ganado bravo que habiendo ido de
pueblo en pueblo son conocedoras de muchas más tretas que los
recortadores, y como se dice coloquialmente, “saben latín”, de esta manera
embisten a lo seguro y pillan carne, amargando la fiesta a más de uno.
Este año está siendo especialmente cruento en lo que a vacas se refiere,
las victimas están siendo más que otros años, pero el remedio no es ni tan
fácil como “no corras”, el corredor de encierros, el recortador de vacas,
l torerillo de tres al cuarto, está envenenado de una adicción
incontrolable, de la que difícilmente se puede desenganchar. Para perder
esta adicción es necesaria la ayuda de un agente externo, y en este caso
solo se puede conseguir desenganchar al adicto, con la ayuda de la vaca,
el toro o el novillo, pero no con una pequeña colaboración sino con un
buen revolcón que muchas veces pasa por unos días en cama y al año
siguiente, vuelta a los cuernos, al golpe, y a veces a peor.