Opinión

Capuchinos

El encaje de Navarra dentro de la jaula constitucional de España ha necesitado de muchos martillazos y remaches. Las órdenes religiosas también han tenido que someterse de grado o a la fuerza a los dictados de Madrid. Es el caso de los capuchinos.

La Orden de Frailes Menores Capuchinos es una de las tres autónomas de la Orden Franciscana y comenzó su implantación vasca en Pamplona, en 1606. En 1656, Navarra fue declarada provincia capuchina autónoma y en 1679 se unió a Guipúzcoa, Vizcaya, Álava y La Rioja, su espacio natural. En 1900 la provincia capuchina pasó a denominarse de Navarra-Cantabria-Aragón.

Implantados en todo el territorio vasco, los capuchinos tuvieron una gran influencia en el resurgimiento euskaldun y en la presencia vasca en el mundo a través de sus misioneros. Fue una orden pionera en promover el aprendizaje del euskera entre su alumnado. En su seno se formaron importantes académicos de la lengua, musicólogos, folcloristas y escritores, volcados en la tarea de contrarrestar la opresión cultural que se ejercía sobre Euskal Herria. La tradición euskalduna de la orden, en lo que denominan “provincia capuchina de Vasconia”, venía de antiguo, y ya en el año 1834 el navarro Juan de Bera predicó en vascuence en Oiartzun sobre la vida de San Francisco Xabier del que dijo “jaio zela gure Espaiñian, uskal errian, Nafarruan”. En la misma época destacaba Esteban de Adoain con una gran tarea misional en lengua vasca. El capuchino navarro Casiano de Goldáraz fundó el Eusko Etxea de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, y en la plaza principal de la ciudad se plantó un retoño del Árbol de Gernika. En el año 1905 se abrió el colegio Euskal Etxea de Llavallol, en Argentina, regentado por los capuchinos. Hasta el año 1950 pasaron por el colegio, como docentes, 82 capuchinos vascos, de los cuales 60 eran navarros.

El colegio de Lekaroz introdujo a principios del siglo XX la enseñanza de la lengua otorgando premios al terminar cada curso. El convento de Pamplona también fue un centro irradiador de la lengua y cultura vasca, sobre todo merced a la figura de Dámaso de Intza, que fundó las revistas Irugarrengo Prantziskotarra y Zeruko Argia (1919-1936).

Al estallar el Alzamiento franquista de 1936, Lekaroz y la orden Capuchina fue uno de los objetivos a depurar, pese a no haber desarrollado actividades políticas sino meramente culturales. La jerarquía de la orden se prestó a ello y el nuevo rector lo dejó claro: “El que no está con Franco no está con Cristo”. Un total de 23 capuchinos, 17 de ellos profesores, fueron purgados. El musicólogo estellés Hilario Olazarán, fue deportado a Chile, junto con su hermano Aurelio, Dámaso de Intza y otros más. Jorje de Riezu, músico y escritor, fue deportado a Argentina con seis más. Ladislao de Donosti estuvo a punto de ser fusilado a causa de un sermón el Lekaroz; el escritor en euskera Miguel de Altzo fue deportado a Francia; otros a Sevilla e Inglaterra. Por último Gumersindo de Estella, hermano del canónigo Néstor Zubeldia y autor del libro Ami Vasco, fue deportado a Zaragoza, donde presenció las grandes masacres de los franquistas, que recogió en un libro de testimonios.

En menor medida, y por los mismos motivos otras órdenes religiosas sufrieron este tipo de purgas. En Navarra, cultura vasca y franquismo eran del todo incompatibles, ni siquiera en nombre de la religión.

José Mari Esparza Zabalegi