Opinión

Cambiemos de óptica: recuperemos valores (II)

Vivimos en tiempos convulsos, todo está en cambio, y por ello es más necesario tener un ancla, unos principios “no negociables” que nos permitan adaptarnos ante cualquier situación. Es verdad que todos estamos metidos en la rueda de las debilidades humanas, tropezamos muchas veces, no es ninguna tragedia, la tragedia sería no aceptar, no entender nuestros tropiezos, no aprender de ellos, volviéndonos a levantar y seguir adelante, quizás más sabios. Yo apuesto por Yahvé, por el Jesús de toda la vida, que nos anima a hacer las cosas que importan al fondo de alma, satisfaciendo así las verdaderas necesidades del ser, frente a las del tener. Teniendo esto presente, podremos vivir mejor en un futuro incierto.



En los pasados años de desarrollismo, parte de la derecha sociológica aceptó las ideas de la contracultura de los años 60, apartándose de los conceptos tradicionales en defensa de la propiedad, la religión y la familia. Así se sintieron “modernos”, distanciándose de sus “complejos ancestrales”. Los marxistas desacreditaron sistemáticamente la tradición judeocristiana, presentándola como una imposición del cristianismo, de la autoridad, de la familia, del capitalismo, de la jerarquía, la moralidad, del patriotismo, la lealtad o la continencia sexual.



En esos años, lanzó Marcuse, su ¡Haz el amor y no la guerra! para desactivar la posición de los americanos, en Vietnam. Se llegó a criticar a los individuos que crecían en familias tradicionales, al ser presentados como potenciales alevines de futuros fascistas, y de aquellos polvos llegaron los actuales lodos. Se ha tardado en reaccionar, y ver a dónde nos han llevado, tales dislates.



Cuando los argumentos aportados desde la tradición y la libertad les son difíciles de refutar, estos sectores contraculturales optan por desacreditar al oponente en lo personal, intentan ridiculizarle y si continúa pertinaz en sus posiciones, lo presentan como un ultra, y le llaman fascista ¡con un par!



Hoy prácticamente casi todos los medios de comunicación han aceptado el `mantra progre´, pocos son los que ponen en cuestión la bondad de la homosexualidad, la infidelidad, el aborto, la promiscuidad exacerbada, y en general cualquier conducta contraria a la familia tradicional. Podemos ver como presentan de la manera más guay estos mensajes en los programas testimonios, en las tertulias, en las teleseries, procurando ocultar las graves consecuencias de infelicidad y de dolor, que los acompañan.



Se menosprecia la propiedad privada en beneficio del “interés público”, se apoya la estatalización de la enseñanza, se adoctrina a los jóvenes con los tópicos: exagerando los riesgos del medio ambiente, la lucha contra la opresión capitalista, apuestan por una tolerancia sin límites, por un pacifismo sin condiciones, por el multiculturalismo y el relativismo ético.



Muchas veces -aún en contra de la sensibilidad mayoritaria de la ciudadanía- pueden presumir de incorporar a las leyes positivas, con el apoyo de las llamadas `elites progresistas´, medidas a favor: de un feminismo sesgado, han impuesto medidas injustas de discriminación positiva, han retorcido el lenguaje, han dado un apoyo desmedido a los postulados gays, aplicando así su tantas veces soñada ingeniería social. Continúan atacando a los cristianos por que critican sus medidas, pretenden recluirlos en las iglesias, y así tener el campo más libre, sin ningún argumentario en contra.



Muchos -incluso una parte de la derecha- han acabado aceptado conceptos como: desarrollo sostenible, equilibrio norte-sur, educación pública, nuevos tipos de familias, estado del bienestar, etc. pretenden que sean todas ideas dominantes -culturalmente correctas-, para así facilitar más tarde su incorporación al ordenamiento positivo. Es fácil observar como desde ciertos parlamentos autonómicos se van `colando´ muchas de las medidas `más progresistas´, para extenderlas más tarde a los demás, o desde la Madre Patria a los países hermanos americanos.



Intentan disolver los ideales, que apoyados en el orden natural (familia, propiedad privada, moral tradicional, libre comercio), conforman los valores occidentales de las sociedades libres. Para ello no les ha importado abandonar -un elemento crucial que tiene todo hombre para avanzar- la razón, puesto que si nada es bueno ni malo, moral o inmoral, si todo es relativo, el que mantiene postulados firmes lo presentan como un autoritario, así justifican su irracional relativismo.



Al abandonar toda referencia a la Transcencia, al esfuerzo, al mérito, a las metas a largo plazo, son muchos los ciudadanos que de manera irresponsable confían todo, en un estado benefactor -hoy en bancarrota- que le han confiado su hacienda y su futuro.Desconocen o no les preocupa conocer, los costes o la viabilidad de los servicios que demandan o disfrutan, han delegado todo el poder en la casta política, preocupada sobre todo en su supervivencia. Su gran fe en el estado del bienestar, hace que parezca sensata la fe del carbonero.



Todo este desfonde intelectual y moral, está permitiendo que en Europa -la zona más próspera y libre del mundo- florezcan en muchos sectores la irracionalidad, muchas ideas peregrinas o mágicas. Muchos no olvidamos que las herramientas que necesitamos los hombres para avanzar en este complejo mundo, siguen siendo la razón, la moral, la voluntad y la inteligencia para distinguir lo que son verdaderos avances de lo que tan sólo son nuevas esclavitudes políticamente correctas.