Opinión

Ahora, el fondo

Esta bien guardar las formas. En cualquier actividad civilizada, en la política también, es de agradecer que se cuiden las formas. De hecho, ahora ciñéndonos a la actividad política, criticamos con desagrado cuando no es así. Pero cuidar las formas no puede conllevar, como a veces ocurre, descuidar el fondo.Mucho se ha hablado y escrito del intento, a última hora fallido, que P.S.N., Nafarroa Bai e I.U. hicieron para formar un Gobierno alternativo al actual de U.P.N.-C.D.N. Se ha hablado mucho y se ha criticado mucho, pero, curiosamente, casi todas las críticas coinciden en afirmar que “eso no son maneras de hacer las cosas” y casi nadie ha entrado a analizar el fondo del asunto. Así, una gran mayoría de los críticos han puesto el grito en el cielo (yo también) por el descuido de las formas a la vez que descuidaban ellos mismo la sustancia, el meollo de la cuestión. Para no cometer el mismo error, quiero hacer un breve análisis sobre el fundamento de ese Gobierno que al final no fue.

Con los doce escaños del P.S.N., los doce de Na-Bai y los dos de I.U., quienes propugnaban tal gobierno de coalición intentaban vendérnoslo como un Gobierno de cambio, progresista y de izquierda. De cambio, seguro. Progresista y de izquierda, no tanto. Conociendo a quienes conforman el conglomerado de Na-Bai vemos que P.N.V., E.A., Aralar y, en menor medida, Batzarre, si algo tienen en común es su ideología nacionalista. Representan, aquí, en el Parlamento de Navarra, al nacionalismo vasco. Pues bien, por pura definición, el nacionalismo vasco, cualquier nacionalismo, no tiene nada que ver con la ideología de izquierdas. Es más, yo diría que nacionalismo e izquierda son términos antónimos, contrarios de significación. El nacionalismo, y el nacionalismo vasco no es una excepción, es conservador en lo social y suele poner muy a menudo a la nación, al pueblo o a la patria por encima del individuo que lo conforma. Reclama, siempre reclama algo y es insaciable en sus reclamaciones, argumentado siempre la diferencia; aspectos étnicos, lingüísticos, culturales, religiosos o económicos.

La izquierda no es tan homogénea. Conviven en ella sensibilidades distintas y a veces bien distantes. Pero si algo identifica a la izquierda es su progresismo democrático que reclama para toda la sociedad, especialmente para los que menos tienen, las libertades y derechos inherentes a todo ser humano por el mero hecho de serlo y sin tener en cuenta aspectos como el lugar de nacimiento, las creencias religiosas, la condición económica, los usos lingüísticos o la pertenencia a una u otra cultura determinada.

Como se ve, la izquierda habla menos de patria, de nación o de pueblo que el nacionalismo y preconiza más su interés por el individuo, por el ciudadano, sin tener en cuenta lo que diferencia a unos de otros.Con estos mimbres se quiso conformar un gobierno. Las cuentas salen; doce más doce más dos suman veintiséis, es decir, mayoría parlamentaria. El asunto era cómo los nacionalistas, aportando el mayor número de votos a la coalición con P.S.N. e I.U. iban a hacer dejación de sus principios ideológicos, de sus aspiraciones políticas, una vez aupados a cogobernantes. Es difícil de creer que lo fueran a hacer. El asunto era cómo los socialistas, con el mismo número de parlamentarios pero menos votos, podrían llevar a cabo su política, socialmente progresista, que defiende más lo que nos une, con unos socios de gobierno, ya lo hemos dicho, conservadores en lo social y que defiende lo que diferencia. El asunto es que la “generosidad” de Na-Bai, a la hora de ceder la presidencia del planeado gobierno de coalición al candidato socialista, conllevaría alguna “factura” de la cual nadie ha dicho nada.Estos aspectos, y otros que prolongarían excesivamente el espacio de este texto, constituyen el fondo, la sustancia del proyectado gobierno de coalición que al final no fue. Eso no significa que a los socialistas nos parezca que un gobierno de U.P.N. sea lo más deseable. Aun así, no deberíamos olvidar que U.P.N. no es el rival del socialismo. Es, claro que sí, un rival político como lo son todas aquellas formaciones que han obtenido representación en el Parlamento de Navarra.

Está claro que los socialistas hubiésemos querido formar un gobierno con mayoría suficiente. Tan claro como que a los electores no les pareció esta vez oportuno.

Pudimos acceder al gobierno en unión de Na-Bai e I.U. Era una opción aritméticamente posible pero poco coherente con los idearios de quienes obtuvieron el mismo número de parlamentarios.Pudimos también acceder al gobierno, y ofertas no faltaron, formando coalición con otros dos rivales políticos: U.P.N. y C.D.N. Aritméticamente posible también, fue rechazada tal posibilidad, como no podía ser de otra manera, tanto por diferencias ideológicas como por cuestiones estratégicas y por la campaña de acoso y derribo que U.P.N. ha llevado a cabo con los socialistas desde que Rodríguez Zapatero ganó las elecciones y, especialmente, durante la campaña electoral. Resulta muy difícil olvidar el llamamiento que hizo el Presidente del Gobierno de Navarra, a la sazón D. Miguel Sanz, a todos los navarros de bien para que se manifestaran contra el Presidente del Gobierno de España. ¿Acaso quienes por convencimiento no acudimos a la famosa manifestación no somos navarros de bien? Finalmente, tenemos un gobierno de derechas U.P.N.-C.D.N. en minoría, que fue posible gracias a la abstención de los socialistas. Y es en este marco donde los socialistas pueden influir en la forma de gobernar de la derecha. No hay que olvidar que los asuntos más importantes, aquellos que requieran mayoría en el Parlamento, deberán contar con el visto bueno del P.S.N. Así también se puede gobernar. En la sombra, pero haciéndose notar. Que luego haya más o menos acierto a la hora de “vender” a la opinión pública la influencia socialista en determinadas acciones, es otra cuestión que dependerá de la habilidad de quienes organicen la próxima campaña electoral.