Opinión

Corral de Buñuel

Hay veces que no podemos dar crédito a la irracionalidad de las decisiones que toman quienes nos gobiernan y nos desprecian y nos deploran, y ante sus propósitos inescrutables nos embarga la impotencia. 

Siempre pensamos que el fin no justifica los medios. 

Aunque a veces los políticos se entretienen en pensar en según qué fines y/o en según qué medios, porque en definitiva, esta premisa no acaba de convencerles del todo y sin pensar en sus derivaciones obran en consecuencia dando muestras de un abuso de poder con aspecto de inocencia. 

Por ejemplo en nuestro ilustre pueblo de Buñuel, en Navarra. 

Quieren poner el corral de las vacas en medio de una calle del pueblo. Nuestra calle. Un corral de reses bravas a las puertas de nuestras casas. 

No costó ni un minuto de discusión en el Pleno municipal del 15/M. 

Que las vacas sean las protagonistas de las fiestas, es un fin que está por encima de cualquier medio que se proponga para lograrlo. Este es un medio que se justifica por el bien absoluto que supone que las vacas estén y corran por las calles y aburran en las capeas. Quienes proponen esta ocurrencia: la mayoría del Consistorio y sus adláteres, están orgullosos de la decisión tomada. Una medida que otro Ayuntamiento no se hubiera atrevido a tomar. Además todos se sienten amparados por una gran minoría dentro del pueblo: aquella que toza con grave convicción.

Hay algunos disparates que se admiten, porque cuando el fin es tan claro: los medios ya se irán adecuando. A la vez, en esta decisión quedan en aire algunas preguntas trascendentes sobre la génesis de esta decisión: ¿porqué? y ¿para qué el corral? que no se las hacen porque no tienen respuestas. Otras cuestiones más corrientes: la seguridad vecinal, los aspectos sanitarios y de bienestar y maltrato animal, incluso las cuestiones burocráticas en cuanto a la adjudicación de las obras: en este proceso, todas quedan todas sin respuestas. 

Guardándonos del corral quedamos los vecinos/vecinas en una calle que tiene más de cien años, con diez casas apretadas de tres alturas, todas habitadas con personas de todas las edades que sacamos fuerzas del sentido común para oponernos al furor totalitario del Consistorio y a la inconsistencia de la absoluto-cracia de su Alcaldía. Sospechamos que piensan que estamos obligados a pagar sin rechistar el peaje de vivir en el centro del pueblo.

No estamos dispuestos a aceptar aquello que nadie querría a las puertas de sus casas. No se nos puede obligar a soportar: ruidos y olores, suciedad y moscardones, cagadas y meadas, vergüenza y rabia.