Opinión

Pueblo, papel e historia

Ignacio solía traer a Plaza Nueva sus crónicas y reportajes escritos a mano, en un folio de papel rugoso que, a veces, incluso traía consigo algún levísimo doblez. Su caligrafía anárquica surcaba la cuartilla e iba desplazándose, línea por línea, con cierta discontinuidad, narrando comidas populares, actos religiosos o romerías. Hace ya unos años que dejé de hacer periodismo de calle, de reporterismo, de redacción, pero es inevitable echar la vista atrás y lamentar que, personas como él, se nos están marchando poco a poco. 

El de Ignacio, Pradilla de apellido, que nos dejó hace unos días, es el prototipo de reportero-colaborador que, durante la historia contemporánea de la prensa local, ha surtido a los medios de comunicación de historias y contenidos que han hecho posible seguir la vida cotidiana de los pequeños pueblos. Personas cuya labor permite que las cabeceras humildes también puedan enraizarse en localidades con pocos miles de habitantes. 

Ignacio Pradilla Behobia San Sebastián
Ignacio Pradilla enseñando algunas de sus medallas de la Behobia-San Sebastián, carrera de la que era fiel participante desde 1984, para un reportaje de Plaza Nueva

Ignacio, en Fustiñana, Buñuel o Ribaforada, era uno de ellos, como lo fue Enrique Morancho en Castejón y Valtierra, o el mítico Mintxopla en Cabanillas, u otros como Paco Romera, durante años ilustre “heraldo” de Cintruénigo en las páginas de Diario de Navarra, compartiendo territorio informativo con otro fenómeno como Emilio Sarasa. O Santos Martínez, Amaya Luqui, Mari Paz Gener, Rafael Villafranca, Miguel Ángel Galilea… tantos y tantos nombres que a buen seguro resonarán en lectores de revistas y periódicos de nuestra Ribera.

Como romántico -y quizás excesivamente idealista- de esta profesión, en ocasiones me da por tirar de nostalgia y recordar tiempos anteriores al infoespectáculo y la sobresaturación informativa actuales. Épocas en las que estos reporteros, sin formación académica pero con el aval de su calidad humana y su don de gentes, iban más allá de la mera cobertura informativa. Eran el nexo de las comunidades locales con la tantas veces centralizada -geográficamente hablando- opinión pública. Los estandartes de un periodismo sencillo, injustamente tachado de liviano no pocas veces, pero tan llano como complejo. Verdaderos periodistas orquesta, hoy un pleno, mañana un partido de fútbol y al otro unas inundaciones. Conscientes de sus limitaciones pero leales e imprescindibles, ya sea escribiendo o con la cámara de fotos colgada del cuello.

Aunque tienen relevo, porque hoy día vemos dignos sucesores, más jóvenes pero igual de aplicados y leales, la deriva del periodismo y su tendencia hacia la superficialidad y la dictadura de la inmediatez sin filtro son terribles señales para este tipo de figuras. Nos despedimos de los colaboradores y, paulatinamente, también estamos asistiendo al declive de un modelo de servicio público que agoniza. Delegaciones que cierran, ediciones comarcales que se reducen a la mínima expresión… parece que aquello de lo glocal era una quimera.

Pradilla

Antes de que la crisis estructural que azota al periodismo se acelerase, tuve el honor de recibir un Premio Teobaldo de manos la Asociación de Periodistas de Navarra. Un galardón que, para mí, siempre será compartido al 100% con toda la hornada de profesionales que en aquel momento trabajábamos en Plaza Nueva. Convencí a los miembros de la asociación para que dejaran entrar al Parador de Olite, en el momento de la entrega del premio, a varios de mis compañeros. Aquella noche de octubre, los Moranchos, Pradillas y compañía se habrían merecido también su sitio en la ceremonia. Solo queda dar las gracias a estos símbolos de pueblo, papel e historia.

25 Premio Teobaldo para Mikel Arilla de Plaza Nueva 1207