Opinión

Los problemas que de nadie son competencia

De qué nos sirve una Consejería de Salud con sus respectivos directores/as, y sus no sé cuántos asesores/as si, cada vez que les planteas un problema determinado relacionado con su gestión y su plantilla, de ninguno es la competencia de dar solución. A estas alturas, tras nueve meses de crisis sanitaria, ya no es aceptable la excusa de que “no se vio venir”. Las fuerzas sindicales y, especialmente, el Sindicato de Enfermería, ha denunciado en numerosas ocasiones las irregularidades en materia de contratación, condiciones laborales, falta de recursos, directrices contradictorias… que son consecuencia de una muy mala política de provisión y prevención en la gestión administrativa de, en este caso, nuestro sistema sanitario.  

Recientemente hemos mantenido una reunión con la gerencia de Atención Primaria. En ella hemos transmitido, una vez más, todas las inquietudes, problemas e irregularidades que las enfermeras y enfermeros de los distintos centros de salud de la comunidad nos han ido transmitiendo. Es decir, los problemas de su propia plantilla. Y entre los que no pueden resolver porque “no les compete” y aquellos que sí les competen tampoco los resuelven, la consecuencia es obvia: el monumental enfado de la plantilla y el desgaste emocional de la ciudadanía. 

Problemas como: falta de contratación de personal en los centros, discriminación económica en los complementos COVID, discriminación en el pago de complementos como el de dispersión y capitación, funciones indefinidas o directamente fuera de la competencia enfermera, vehículos oficiales, agendas saturadas y sobrecarga laboral… en fin, si nadie da soluciones a tanta problemática, que no extrañe luego el plantón de la Enfermería ni el hartazgo de la población. 

Y en la línea de una gestión improvisada, ahora se ha decidido, también de forma unidireccional y sin diálogo con los agentes sociales, abrir varios centros de salud durante el fin de semana, con la ilusoria proclama de voluntariedad del personal para ir a trabajar sin tan siquiera definir la manera en que se va a compensar ese trabajo. Y ni dando ya todo el oro de Moscú, las enfermeras están dispuestas a sacrificar su salud mental y física a cualquier precio cuando, a los que les toca gestionar, lo hacen de esa manera, con lo primero que les viene a la cabeza cuando se levantan de la cama. Sin informes ni estudios ni evaluaciones ni diálogo para ver cómo hacer viable – o, incluso, si es viable en sí-, una propuesta así. ¿Qué ha ocurrido? Lo previsible. Lo de voluntario pasa a obligatorio cuando nadie acepta unas condiciones tan poco claras y concisas, y con la experiencia acumulada de promesas incumplidas, especialmente durante lo que llevamos de crisis sanitaria. 

A estas alturas, lo mínimo que se espera de un buen gestor es que, si no tiene la solución directamente en sus manos  a un problema relacionado con su ámbito de trabajo, como poco se esforzase en consultar, buscar o negociar la solución con el/la colega al que le competa. Sin embargo, en el caso de los gestores administrativos de la sanidad navarra, la pelota ante los problemas e irregularidades antes mencionados, rebotan de tejado en tejado con una lavada de manos digna de Pilatos.   

En definitiva, una gestión administrativa que adolece de torpezas por todos lados y que ha demostrado, no sólo la poca eficacia en resultados sino una nula proactividad de los gestores que, ante cualquier barrera, se cruzan de brazos lanzando el balón a tejados vecinos. Ni el personal del SNS-O ni los ciudadanos y ciudadanas de Navarra se merecen tal desprecio.