Opinión

Ebro, riada y motas

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Un informe de Ecologistas en Acción apuesta por eliminar las motas del Ebro, que si bien se refiere a la zona de Castejón a Tudela, sus consideraciones y conclusiones podrían perfectamente predicarse y proyectarse a todo el tramo medio del Ebro y por ende a Novillas, municipio también de la ribera pero ya en Aragón, del que el que firma es Alcalde, y respecto de las que conviene precisar algunos aspectos.

Cuando en los años ochenta, en Navarra, se iniciaron las obras de los caminos de ribera, se comenzó a proteger las tierras próximas al río para que el agua no las invadiese y así paliar las afecciones que sobre las cosechas producían las riadas.

En Aragón, como vecinos inmediatos, contemplábamos con envidia y también con admiración las iniciativas que en tal sentido promovía el Gobierno Foral.

Desde 1980 y hasta 2003, la protección fue eficaz, por lo que las soluciones fueron imitadas en la ribera zaragozana, pero en ese último año citado, el Ebro dio al traste con toda la voluntad de protección a pueblos y haciendas que las justificaban y a las que se hallaban encaminadas.

El fracaso de esta forma de controlar el río, ha puesto de manifiesto, a mi juicio, el radical divorcio entre aquellas intervenciones y la sabia naturaleza de las que heredamos de nuestros mayores, que consistían en proteger las huertas con motas en las partes altas que permitían que el agua penetrase por la parte inferior, con lo que se evitaban los arrastres de tierras a la vez que se propiciaba la rápida evacuación del agua y en consecuencia una minoración de daños.

¿Qué ha ocurrido durante estos últimos años? Pues que en el Ebro, al ser un río regulado por pantanos, durante el estiaje se produce una enorme cantidad de arbolado y toneladas de gravas y sedimentos que ocupan el cauce y lo elevan, constituyendo auténticos tapones que con ocasión de las riadas producen unos daños desconocidos para los núcleos urbanos -que por cierto, cuentan con cientos de años de existencia en las mismas localizaciones- así como a las haciendas y patrimonios de sus vecinos.

No es un capricho pues exigir que los cauces dispongan de un mínimo mantenimiento y limpieza -máxime cuando la capacidad de regeneración natural del río es inconmensurable y demostrada- y lo que sí resulta un desatino es que, a estas alturas de la historia, como si se partiera de una tierra virgen y sin condicionante humano alguno, se pretenda, por la vía de los hechos consumados, revertir la situación poblacional y económica de su zona inmediata de influencia -situación que trae su causa y justificación en una dinámica de siglos- como si nadie ni nada ocupara, trabajara y viviera en la misma, y ello al amparo de una visión fundamentalista focalizada en exclusiva, y por encima de cualquier otra consideración, en una suerte de infalibilidad casi religiosa.

No es menos cierto pues, que deben existir posturas intermedias que concilien la polaridad de las respuestas al problema, es decir, de un lado la innegable necesidad de preservar el medio natural, en este caso el del río Ebro, como valor indiscutible e indiscutido, pero también, de otro, el legítimo derecho de quienes han vivido siempre en sus orillas a disponer de un futuro del que quede alejada la precariedad que la falta de matices al abordar el problema parecen defender algunos.

En este deseable ámbito de coincidencias que permitiría la conjugación de ambas posiciones, de un lado resultaría necesario considerar el mantenimiento de las motas no susceptibles de retranquear, y por otra, en la que se han dado los primeros pasos, materializar áreas inundables de las que ya existen cuatro en Aragón (Novillas, Pradilla y Pina de Ebro), y su generalización a lo largo del tramo, lo que ayudaría además de a la laminación del agua en caso de crecidas, también a una redistribución de los perjuicios inevitables que producen a los afectados. Esta sí es una manera de preservar el cauce de río, apuntalada sobre la base de un acuerdo con las compañías de seguros, por el que los daños ocasionados en esas tierras por donde sus propietarios consienten voluntariamente que el agua circule, puedan ser indemnizados. Y otra muestra de lo mismo puede ser la iniciativa todavía en estudio del Gobierno de Aragón, respecto de la posibilidad de establecer una asignación anual por Ha. a los propietarios de terrenos afectados por retranqueos de motas, a cambio de asumirse por estos una limitación de los cultivos y la renuncia a otras indemnizaciones en supuesto de daños.

La solución de lo complejo exige siempre, por todas las partes, un importante grado de generosidad a la hora de afrontar las alternativas, y este caso no sólo sería exigible por tratarse de un problema complejo en sí mismo, sino por la trascendencia de lo que se halla en juego que, también a mi juicio, requeriría intentar apearse de la innegable impronta ideológica que lo entrevera.

Parece razonable pensar, que la toma de decisiones en el caso que nos ocupa -como por desgracia no ocurrió con cuestiones como la Red Natura 2000– puede y debe hacerse sin dar la espalda a quienes vivimos en la ribera.

Sólo si el Ebro deja de utilizarse como piedra arrojadiza por los unos y por los otros atribuyéndole una condición de aliado o de enemigo que en absoluto es verdad para ninguna de las partes, se podrá llegar a un entendimiento, sobre todo porque, el Ebro, para lo bueno y para lo malo, que yo sepa, es y debe ser de todos.

José Ayesa Zordia

Alcalde de Novillas