Opinión

En el Centenario natal de Muñoz Sola

César Muñoz Sola y Tomás Muñoz, padre e hijo
photo_camera César Muñoz Sola y Tomás Muñoz, padre e hijo

Este pasado jueves, día 11 de noviembre, fue ocasión de escuchar en Tudela, en el Museo Muñoz Sola de Arte Moderno, a un hijo, Tomás Muñoz, hablar sobre su padre, César Muñoz Sola. En la exposición organizada por el museo se ha tenido la virtud de desvelar ‘Los años secretos (1940-1960)’ del pintor navarro César Muñoz Sola. Su hijo ha querido trasladar así una de las facetas por la que su padre sentía devoción: el secretismo. 

Este lunes, 15 de noviembre, se cumplen 100 años de su nacimiento (1921-2021). Quien esto escribe está en una fase de progresivo descubrimiento de esta figura y, además, carece de cualidad alguna que le faculte como crítico de arte. De hecho ha sido una asignatura pendiente. El día que Dios repartió tales dones uno debió irse al recreo antes de tiempo. Sin embargo, por puras sensaciones, observar su obra me inunda de sensaciones positivas, de pequeñas emociones haciendo inasequible mi deseo de reiterar mis visitas a ver su obra en el museo. 

Tomás Muñoz en la inauguración de la exposición de su padre César Muñoz Sola 1

Oyendo a Tomás Muñoz descubrí cómo en otra época una generación de paisanos buscaba otros valores. A veces la búsqueda de la felicidad no necesariamente se encuentra allende los mares. Muñoz Sola lo tenía todo a favor para triunfar en EEUU, para hacer una buena fortuna, incluso para hacerse ciudadano estadounidense. Aún siendo bien atendido, tratado, agasajado, le abordó una de esas enfermedades psicosomáticas, si así es correcto llamarlo: el amor a su tierra, a Navarra, a sus gentes, en especial las más humildes y desfavorecidas, sus paisajes y sus frutos. Cuando regresó para recuperar su salud decidió quedarse definitivamente. Y buscando dar salida a su genio, en una reafirmación de su vitalidad, empezó a abordar un nuevo género, los bodegones y las naturalezas muertas, fijándose en los mercados en las piezas más fea. Seguro que era un fan del “tomate feo” de Tudela. 

El retrato era su sustento y, oyendo a los críticos aprendes a fijarte en detalles. Se notan sus retratos “por encargo” donde, en una época sin “Photoshop”, el artista sacaba las versiones amables, y “aburridas”, de los retratados. Pero eran su sustento. Para dar rienda suelta a su mente tenía los paisajes y encontró también los bodegones. Dicen los verdaderos expertos que no es nada habitual que un retratista aborde tan magníficamente otros géneros como lo hizo Muñoz Sola. Y ese apego a su tierra, a toda ella, le llevó a pintar, de norte a sur, de este a oeste, muchos rincones de su Navarra, sus ríos, etc. He leído que gustaba de visitar las Bardenas Reales acompañando a un verdadero conocedor como Antonio Loperena, que pasó de pastor arguedano a artista de vasta producción. Muñoz Sola debía ser de fuerte y hosca personalidad, nada fácil de tratar. Pero hubo quienes sí lo lograron. Como Inés Zudaire, otra artista que en el epílogo de la vida de Muñoz Sola supo abordarles, entrevistarle, escribir una biografía que, hoy por hoy, es la más completa que hay, o, al menos, la más vital. 

Tomás Muñoz en la inauguración de la exposición de su padre César Muñoz Sola

Su legado está repartido por medio mundo. Su memoria, viendo la atención suscitada por su centenario, también debe estar diluida por el otro medio mundo. Estamos en un proceso de alienación cultural donde están sobreimpresionando nuestras mentes con apósitos ajenos, extraños, elaborados en fábricas de lavado mental, que tratan de inocularnos para doblegar nuestro espíritu, nuestra voluntad. Parece, viendo casos como este, que lo van logrando. No sabemos, ni nos preocupamos por saber, qué tenemos, cuáles son nuestros pequeños tesoros. Este año he visto ya, de cerca, con este, varios centenarios y las respuestas de nuestra sociedad ha sido similar o, incluso, peor. Y eran figuras icónicas de nuestra cultura. Sí, he dicho “eran”. Ya las hemos desterrado, desechado. 

Muñoz Sola, valoraciones críticas a parte, hizo algo más “en casa”: donó su colección particular de obras de arte a Navarra, porque ella le procuró su apoyo mediante sus becas. Él, agradecido, entregó su patrimonio más preciado. Sí, se le levantó un museo. ¡Qué menos!. Pero parece que ya se ha cumplido. ¿Dónde estás, Navarra, que ya no recuerdas a tus “esclarecidos hijos”?