Opinión

Aratis: la ciercera del Moncayo, el bochorno del expolio humano

La pobre y monócroma oferta cultural de la propia tierra, por un lado, y la habitual inquietud de ampliar horizontes empuja a visitar ciudades y lugares del entorno, en las cuatro direcciones indistintamente. Aragón lleva unos años aflorando su patrimonio, mimando la cultura y realizando ofertas y propuestas atractivas. Coincide además que ya es más rápido, y barato, desde la Ribera presentarse en Zaragoza que Pamplona. La vieja Iruña está ausente, en un limbo cultural o, si hay oferta, es monócromo y politizado en demasía. El progresivo cierre de las librerías “de siempre” por jubilación es un indicador evidente. No tanto la digitalización. Abren otras librerías igualmente, pero subvencionadas por los nuevos vientos del Cantábrico. 

Llevaba unas semanas recibiendo ánimos de gente cercana a que me acercara por la capital aragonesa que ofrecía atractivos altamente interesantes. Zaragoza ha crecido, se ha cuidado y modernizado. Ha invertido en sus activos culturales y era tiempo de ir, paulatinamente, sin prisa, a conocerlos o a revisitarlos. En cada viaje, entre obligación y devoción, sacar unos ratos para visitarlos es estímulo y motivo. Tocaba el Museo de Zaragoza, en la Plaza de los Sitios. Nada que ver con el conocido hace unas décadas. Tiene, artísticamente hablando, un poco de todo. Pero con permiso de Goya y Roland de Mois, Benlliure o Moisés de Huerta, incluso de la Casa de Híjar, descendientes de reyes aragoneses y navarros, me quedó con la sorpresa de las exposiciones temporales. Especialmente la relacinada con Aratis que concluye en unos días, el 22 de enero. 

‘Aratis. Anatomía de un expolio’ ha sido conmovedor. Un descubrimiento: desconocía el expolio. Me ha tenido toda la noche desvelado aunque no sabría razonar la causa. El sistemático expolio de este rico yacimiento celtíbero, huérfano de padrinos y paladines políticos que promuevan inversiones y campañas identitarias que sustenten sueños nacionalistas, me ha hecho sentir vergüenza, como una intensa humillación. No entiendo a Aragón. Me fascina el Aragón que está sabiendo lustrar su patrimonio en Los Bañales, con acierto y esplendor, poniendo en valor patrimonial y, posiblemente, turístico, un lugar de las Cinco Villas que no ha terminado de hablar. 

El muro de la vergüenza muestra unas 300 fichas de las 9,000 piezas recuperadas. Y no se sabrá nunca cuantas se han perdido para siempre. Piezas muy singulares como los cascos hispano- calcídicos. Pero el muro de la vergüenza, por contra, habla también de una Guardia Civil y una Policia Nacional, amen de otras autoridades, que se han empleado a fondo en su recuperación. ¡Alabados sean! Nunca se debió pasar pero... Por desgracia, es tan la cantidad de yacimientos y pecios que esperan bajo la tierra y las aguas de España que materialmente resulta imposible vigilarlos todos. Por ello, si cada uno no sentimos como propio este legado patrimonial, sin fronteras políticas, nos empobreceremos porque hay personas en otros países que sí lo valoran, pagaran por ello y no tendrán que venir a verlo. 

Javier Igal Aratis

En la aragonesa comarca de Aranda, al sur del Moncayo, han despanzurrado su pasado. El suyo y el de todos. Tras décadas ignorándoles, nadie les echó una mano. Durante esta última década algo ha cambiado. Pero la recuperación de las piezas no conlleva una adecuada información sobre su historia, datación, etc. Sin el método científico arqueológico en la excavación adecuada, se ha perdido una conocimiento valioso, esencial, de ese pasado. Como afirman los responsables «estas piezas son humo, viento y sombras que siguen mirándonos fijamente. Desde las cuencas vacías de los cascos la historia nos observa, desafiante, y nos pregunta sobre nosotros mismos». 

Sopla el Moncayo y la ciercera abierta muestra el bochornoso expoliador que lleva dentro el ser humano cegado por la codicia. Si vaciamos nuestro pasado así, alguien lo rellenara con lo que convengan para dictar nuestro futuro.