Opinión

(Des)memoria familiar y relato de conveniencia

En el artículo por la familia Martorell en pleno en respuesta a uno mío anterior, sus miembros incurren en la tónica habitual de los postrequetés carlohuguistas: no entran en lo nuclear y se van por los cerros de Úbeda por las sendas escapistas y negacionistas que ellos mismos perseverantemente han diseñado. Aquel artículo de los Martorell se publicó el 24 de abril en Diario de Noticias, y horas después yo remití al mismo periódico este de respuesta, en virtud del derecho de réplica, que todavía no ha visto la luz en él.

Si yo saqué a relucir el caso de Tomás Martorell no era por ninguna animadversión particular, sino porque dicho autor accedió voluntariamente a poner sus recuerdos a disposición del público, dando ocasión a la controversia por las disintonías que pudieran comprobarse, tal y como sucede con del Burgo y Zufía. 

Soy acusado de que en mi artículo vinculo a su padre con la comisión de crímenes franquistas. Eso es rotundamente falso. Solamente hablé de su memoria en relación con su participación activa en el golpe de Estado y en la destitución por la fuerza de ayuntamientos democráticos. Y de su desmemoria en relación con los dos meses en los que estuvo en la retaguardia en la ciudad de Logroño. Cuestiones que sus hijos no desmienten. Yo no atribuí a su padre lo que ellos me imputan, sino solamente el hecho que es chocante de que no mencionara lo que entre el 22 de julio aproximadamente y el 22 de septiembre sucedió (metafóricamente) delante de sus narices y de las de toda la comunidad (la detención y el encarcelamiento de miles de personas, las torturas y el asesinato de la mayor parte de los dos mil asesinados en la Rioja, los rapados, los escarnios, las multas y robos, etc.) y en lo que los requetés tomaron parte según los analistas que, de forma seria y científica, se han ocupado del tema y de los que yo me hice eco en párrafo aparte, separado del centrado en la (des)memoria de Martorell. 

Todos esos trágicos acontecimientos se convirtieron desde su perspectiva en algo que no era necesario recordar en sus memorias publicadas o transmitidas generacionalmente. A los hijos y nietos de requetés en general todo eso no parece que les importe porque depositan la mirada en quien se interroga sobre dicha circunstancia. Y, en la medida en que no lo citan, parece que vean normal: por un lado, que una minoría golpista desarbolara por las armas el tejido institucional y constitucional con el que se había dotado el país; por otro, que sus padres tracen una elipsis sobre sucesos represivos suficientemente documentables y de un calibre descomunal, intolerables incluso en el contexto de una guerra civil, que acarrearon el dolor y el sufrimiento a miles de familias y que muchas de estas tuvieran que discurrir a partir de entonces por los caminos de la penuria, y el oprobio, negándoles posibilidades de futuro, cuando muchos de sus miembros eran superiores en una multitud de planos a sus represores.

De cualquier forma, si uno analiza con un mínimo detenimiento la obra historiográfica de su hijo, Manuel Martorell, se puede observar que silencia demasiadas cosas habiendo documentación acreditativa. La biografía de su padre, cumplimentada por él, fue el primer escalón de esa trayectoria. El segundo: su tesis doctoral, defendida en 2009 en la UNED, bajo el título “La continuidad ideológica del carlismo tras la guerra civil” y que dio lugar a varios textos hijuelas. 

¿Saben cuántas veces se menciona en esa tesis de 500 páginas el nombre de Escolapios, allí donde, según acreditamos fehacientemente en Sin Piedad, los requetés tenían su centro privativo de detención y encarcelamiento y donde radicaba su unidad represiva, el Tercio Móvil, y del que salieron muchos para ser ejecutados?. Una vez tan solo, citando para ello a Galo Vierge, para citar inmediatamente que se salvó gracias a la intercesión carlista. En el mismo párrafo se reproducen acríticamente los recuerdos de Jaime del Burgo Torres, sobre los que ya demostramos que no eran fidedignos, algo de lo que el mismo Martorell podía haber sido sabedor por la prensa y otras vías. Lo más increíble es que, en su ocultación de la realidad de Escolapios, Martorell silencia el informe de Justo Mocoroa, que fue testigo visual de lo que allí sucedió y que transmitió en un extensísimo y pormenorizado informe a José Miguel de Barandiarán, siendo el testimonio más relevante sobre esa puerta al infierno. Ese informe se publicó en un libro editado por Gamboa y Larronde en 2006 y Martorell lo conoció ya que menciona algún otro informe del mismo, el de González Labairu. 

El papel de Esteban Ezcurra, de Benito Santesteban y de Vicente Munárriz, los responsables de la gestión represiva requeté en Escolapios y autores de tantas ejecuciones, y de quienes dimos tantos detalles en Sin Piedad, al igual que de los oficiales de policía que estaban bajo su mando, tampoco es apenas mencionado.

¿Saben ustedes cuántas veces se menciona el nombre de Valcardera, lugar donde se sustanció el asesinato colectivo de una cincuentena de republicanos e izquierdistas por parte de requetés y falangistas al mismo tiempo que la población pamplonesa participaba en un masivo acto de comunión litúrgica? Ninguna vez. 

¿Saben ustedes cuántas veces se menciona la saca de Tafalla-Monreal en la que, según los testimonios, los requetés tuvieron un protagonismo esencial? Una vez, y de pasada, para recordar a continuación el tardío y baldío llamamiento del obispo Olaechea en noviembre de que no hubieran más ejecuciones.

Lo mismo sucede con las abundantes personas de militancia requeté que formaban parte del Requeté Auxiliar o que participaron en los pueblos en labores represivas y que han dejado constancia de las mismas en declaraciones que ellos mismos hicieron y que cualquier puede comprobar en los archivos y que Martorell no menciona en absoluto. Además, adereza su reconstrucción afirmando que no hubo expurgos documentales interesados en la documentación carlista conservada y afirmando que la única autoridad real del carlismo en aquel periodo, la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra, tal y como advertía todo el mundo y tal y como expresó la Resistencia navarra en múltiples documentos, era una autoridad postiza y no representativa. Cuando todos los carlistas de aquel momento la obedecían ciegamente. 

Todo lo anterior y muchas más cosas que yo he demostrado fehacientemente en mis obras no tienen ninguna cabida en el relato de Martorell, silenciador de las cuestiones expresadas y de otras para los que no hay cabida en un artículo de prensa, encaminado en exclusiva a negar la responsabilidad de los carlistas en la sarracina vivida en Navarra entre julio de 1936 y el verano de 1937 y que beneficia, ante todo, a la derecha navarra. Ese relato es creído a pies juntillas por descendientes de otros requetés de una pluralidad de sectores ideológicos y algunos se enervan ante la posibilidad de  una narración alternativa, incluso de la más documentada. No se entiende el empeño en el mantenimiento a toda costa de esa narrativa y que, motivado por una psicopatología de defensa a ultranza de la militancia del padre, carece de la mínima sensibilidad hacia los miles de víctimas. Tampoco se entiende que esa narrativa, con ese nivel de tergiversación, impregne el discurso de una fuerza pretendidamente de izquierdas como el carlismo postrequeté carloshuguista. Se comprende menos aún que ese relato llegue hasta el Parlamento de Navarra y que fuerzas de izquierda como EH Bildu, I/E y Podemos lo asuman sin pestañear y que defiendan la entronización del carlismo, también el de 1936, como una fuerza democratizadora a la que hay que reconocer. Se trata de conseguir un blanqueamiento desde todo punto de vista injustificado e injustificable, que se aprovecha de la dejadez académica e institucional sobre los perpetradores que gozan de una amnistía perenne legal, historiográfica y memorialística.  

Los hijos de requetés tienen todo el derecho a manifestar su incomodidad. Como los de los demás, la suya. Pero sin mentiras y respetando la verdad de lo sucedido y partiendo del deber de memoria para con los miles de víctimas y para con el mayor número todavía de represaliados.